6º Domingo de Tiempo Ordinario

Vivimos en un mundo convulsionado y desorientado en el que las “teorías” y las “opiniones” frente a las innumerables situaciones que afrontamos en la vida diaria lo único que logran es confundirnos más y desviarnos del camino correcto. Algo parecido ocurría en tiempo de Jesús donde algunos de sus contemporáneos  vivían aferrados a las teorías alrededor del cumplimiento de la ley y esperaban que el mismo Jesús les diera a conocer los “fundamentos”, la “doctrina”, la “teoría” a partir de la cual sustentaba su predicación y su acción renovadora, considerada en aquella época como contraría a la doctrina verdadera y a las teorías vigentes.

Jesucristo no se preocupó por escribir para dejar un legado teórico que fuera tenido en cuenta por quienes quisieran hacerla realidad su doctrina. A Jesús le interesó compartir la experiencia de amor que había recibido de su padre y que se concretaría en el cumplimiento estricto de una “única ley”: el amor al prójimo. Con la misma rigurosidad como los Fariseos y escribas, personas religiosas de su tiempo, se exigían en el cumplimiento de ritos establecidos por la ley y la doctrina de su tiempo; Jesús dio cumplimiento al mandato del Padre entregando su vida por amor a los demás y de manera particular por los más pobres y desprotegidos.

Jesús retomará y hará vida la tradición bíblica que leímos en el libro del Eclesiástico: “Si quieres, guardarás los mandamientos; de ti depende el permanecer fiel” (Ecl 15,15). Con la libertad de quien se siente llamado y ha respondido al querer de Dios, Jesús lleva a término la ley del amor y nos enseña a cómo, en medio de nuestra realidad, y desde nuestro propio interior, podemos responder libremente a  lo que Dios quiere acogiendo y dejando actuar al Espíritu Santo en la cotidiano de nuestra vida:  “El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios” (1 Cor 2,10 b). Jesucristo quiere que obremos por la convicción profunda de amar, amar al prójimo como Dios nos ama; no porque seamos buenos sino porque ha decidido amarnos como sus creaturas, sus hijos queridos. Al Señor le interesa que la motivación más profunda por la que actuamos provenga del conocimiento y seguimiento del Padre, y no del miedo o del impulso enfermizo, falso y escrupuloso por cumplir con las leyes, normas y teorías que nos confunden y desorientan.

Nuestro deber y obligación como cristianos es cumplir rigurosa y celosamente con el mandamiento del amor actuando siempre en favor del otro, del hermano; buscando siempre que la caridad, el amor, el perdón y la reconciliación sean signos evidentes del amor de Dios en medio de nosotros. Solo así, haciendo vida el amor de Dios es posible comprender el mensaje que San Mateo nos ha dejado hoy en el Evangelio: “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5,23).

A Jesús no lo conocemos por sus tratados de filosofía, teología o cualquier otra disciplina del saber. La clave de su mensaje está en las relaciones que yo establezco con el otro, con mi hermano; a través de éste encuentro con mi prójimo descubro que Dios habita en mí y en él, y al reconocer que todos somos hijos del mismo Padre damos verdadero valor a la dignidad que tenemos como hijos de Dios, como seres humanos que quieren vivir en un mundo mejor guiados por el ejemplo y el testimonio del maestro.

Para Dios no es negociable ni justificable dañar, esclavizar, usar a las personas. Las palabras más radicales de Jesús son pronunciadas en este evangelio para que entendamos que lo más sagrado para Dios son sus hijos y su bienestar. Dios sabe que nuestra fragilidad en ocasiones nos lleva al error, al pecado, pero su amor es tan inmenso y misericordiosos que acoge nuestra debilidad y nos sigue dando la oportunidad de “enderezar el camino”, sabiendo que nuestro mayor anhelo es encontrarnos definitivamente con el: “Por tanto si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, arráncatelo y arrójalo lejos de ti; te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno” (Mt 5,29).

El Señor nos de la gracia para que en la libertad de los hijos de Dios y sin dar rodeos al llamado que nos ha hecho en su palabra; seamos radicales y estrictos en el amor a los hermanos, en especial a los más pequeños, débiles y necesitados.