Cuarto Domingo De Adviento

Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16      Salmo 88       Romanos 16,25-27    Lucas 1,26-38

Estamos ya muy cerca de recibir a Jesucristo "revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos...manifestado ahora en los escritos proféticos....dado a conocer por decreto de Dios eterno"(Rm. 16) Visto el acontecimiento de Jesucristo por las comunidades de los apóstoles y de quienes tuvieron la primera experiencia con el Señor, la Palabra nos ofrece el arribo de Dios en medio nuestro como el plan perfecto dispuesto por Él en la historia de salvación para que de un pueblo, Israel, y de los descendientes de un rey, David, viniera el salvador:  "Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza"(2. Sam 7,12 )

De manera preciosa y magistral el evangelio de San Lucas continúa mostrando el querer de Dios de llevar a plenitud, a las máximas consecuencias, su deseo de salvar a la humanidad en el encuentro con la Virgen de Nazaret. Como el enamorado respetuoso, Dios envía un mensajero para hacerse presente en la vida de María, explicarle sus designios salvadores y saber si ella desea hacer parte de esta aventura, disipando sus posibles dudas y temores: "No temas María, porque has encontrado gracia ante Dios" (Lc 1;30,33). María puede preguntar, puede cuestionar, no hay en Dios ningún deseo de violentar su libertad, para que el plan salvador se haga realidad; el Señor le explica con claridad: "concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre...su reino no tendrá fin" (Lc. 1,32 )

El ángel le asegura a María eso que en el corazón de cada israelita está grabado: Dios no falla, siempre cumple, siempre interviene: "porque para Dios nada hay imposible"(Lc.1 ,37) Seguramente los apóstoles y los primeros seguidores de Jesús (que también conocieron a la Virgen madre, primera discípula del Señor) recordaron siempre lo que el evangelista Lucas puso en sus labios en este texto de la anunciación: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1.26 ). En este  "hágase"  se sostuvo firmemente Dios; en la dulzura, sencillez y disponibilidad de una de nuestra raza se consolidó el misterio más humano y divino de la historia. De ese "si" de María, aprendió Jesús a vivir en el  "si" eterno del Padre celestial y en ese "si" total y definitivo de Jesús a la voluntad de su Padre celestial es que el mundo y cada uno de nosotros participamos cuando también, aun sin entender bien la vida y los acontecimientos que ésta trae, aprendemos de María a poner todo en las manos de Dios y a confiar en su acción salvadora y transformadora.

Es más fuerte el plan salvador de Dios sobre nosotros que cualquier plan humano, egoísta y caprichoso que pretenda suplantar los designios del Señor. En su plan de salvación confiamos y como María, también nos abandonamos en las manos del Poderoso, cuyo Espíritu siempre nos acompaña.