Décimo Cuarto Domingo Del Tiempo Ordinario

Ez 2,2-5.  Salmo 123.   2 Corintios 12,7-10.  Marcos 6,1-6

¿Quién es un profeta?. ¿Cómo se distinguen los profetas en medio de la comunidad?. ¿Existen profetas en la actualidad?. ¿Cuál es la misión que cumplen los profetas en medio de la sociedad?.  Ante estos interrogantes, la Palabra de Dios en este decimocuarto Domingo del tiempo ordinario nos invita a reflexionar acerca de nuestra misión como profetas, misión que hemos recibido desde el mismo momento del bautismo.

En primer lugar, debemos reconocer dos características de todo aquel que es Profeta: la predilección de Dios por él y el rechazo de la gente por su misión profética. No se es auténtico profeta si no se ha tenido una experiencia permanente y profunda de  encuentro con Dios en la cual el profeta descubre la misión que el Padre le encomienda, misión que  a pesar de las dificultades y obstáculos que se le presentan; podrá ser realizada por la fuerza del mismo Dios que lo ha elegido,  fortalecido, animado y enviado.

Ahondemos todavía un poco más en la figura del profeta. En la Biblia es significativa la importancia que se le otorga.En el antiguo testamento, como se narra en la primera lectura tomada del libro de Ezequiel, la experiencia que el profeta tiene con Dios es fuerte, profunda  e impactante "el espíritu entró en mí, me hizo poner en pie y oí al que me hablaba" (Ez,2,2).A pesar de la debilidad que experimenta el profeta al sentir temor por las muchas dificultades que se le puedan presentar en el cumplimiento de su misión; el amor y la fe en Dios es mayor porque siente dentro de sí algo sobrenatural, una fuerza que lo impulsa y lo fortalece.  Bien lo expresa San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: "He rogado tres veces al Señor para que me apartase esto de mí, y otras tantas me ha dicho: te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2 Co 12,8)

Como ya lo hice notar, la cercanía y familiaridad que tiene el profeta con Dios es indispensable para el cumplimiento de la misión encomendada. Este encuentro permanente con Dios le garantizará tener la fuerza necesaria para afrontar el temor, el  rechazo, la persecución, la desesperanza, la tentación de abandonar la misión recibida que en ocasiones le llevará incluso a pensar en acabar con su vida. Ante esta situación la Palabra de Dios se constituirá como la fuente, el motor que impulsa y prepara al profeta: "les hablarás de mi parte, te escuchen o no, pues son un pueblo rebelde, y sabrán que en medio de ellos hay un profeta" (Ez 2,5)

Dicho lo anterior, se comprende también como  a Jesucristo le ocurren situaciones parecidas a las descritas. El Hijo amado y predilecto del Padre recorre las aldeas cumpliendo con la misión recibida de su Padre dando a conocer  lo que hay en su corazón: la buena noticia del Reino que el Padre quiere para todos. Quizá la  familiaridad con que sus paisanos lo recuerdan les impide ver la acción curativa y misericordiosa de Dios en medio de ellos. Ante tal rechazo, el Señor constata el valor de la misión: "Un profeta sólo es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa" (Mc 6,4).

Como lo hice notar antes, todos nosotros hemos recibido por el bautismo la misión de ser profetas. Misión que no es otra que la de anunciar que es posible construir  el Reino de Dios en medio de nosotros, en la sociedad en la que vivimos. Que a través de la escucha atenta de la Palabra de Dios, de la participación asidua en la Eucaristía podamos afianzar y fortalecer nuestra misión en medio de las dificultades y adversidades que se nos presenten. En este sentido, las palabras del Papa Francisco, profeta de nuestro tiempo,en la  Exhortación: "El gozo del Evangelio" nos ayudarán a comprender quién es, cómo se distingue y cuál debe ser la misión del profeta hoy. Dice el Papa Francisco:

"La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo"(10)