Décimotercer Domingo Del Tiempo Ordinario
Sabiduría 1,13-15;2,23-24. Salmo 29. 2 Corintios 8,7.9.13-15. Marcos 5,21-43
Tal y como lo hace cada domingo, la palabra de Dios continúa mostrándonos el querer de Dios sobre nosotros al iluminar lo que nos ocurre en la vida invitándonos a actuar como él quiere, como su hijo Jesús nos lo ha enseñado.
En la primera lectura de hoy tomada del libro de la Sabiduría, Dios desde el antiguo testamento expresa el querer salvífico para el pueblo: "Dios no ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos" (Sb 1,13). Dios expresa su amor al querer que el hombre tenga vida en abundancia y para ello lo ha puesto en medio de la naturaleza; el agua, la tierra, la vegetación, los animales han sido creados y puestos al servicio del hombre. En la naturaleza creada por Dios no se evidencia maldad: "...y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte" (Sb 1,14b); es más, en el mismo hombre, máxima expresión del amor del Padre, Dios infunde todo el esplendor de su amor y fidelidad: "Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propio ser" (Sb 2,23).
Podríamos decir entonces que el querer de Dios hacia toda su creación siempre es bueno porque en ella se expresa la bondad, el amor, su divinidad. Sin embargo, constatamos a partir de la propia experiencia personal y comunitaria que en medio de esta creación admirable, se puede evidenciar la presencia del mal. El mal, el Maligno, como algunos lo pueden pensar, no es una idea, ni una construcción mental fruto de nuestro raciocinio: "mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sb 2,24). La experiencia vivida por los pueblos dentro de los que se encuentra el de la Biblia, nos deja ver como el Maligno es una criatura que opta por ir en contra del plan de Dios al querer destruir en el corazón del hombre el amor, la fe, la confianza en la intención salvífica de Dios.
El Maligno hoy tiene muchos rostros, no es la imagen de diablo con el trinche parado a las puertas del infierno, el maligno se disfraza hoy de muchas maneras; lo podemos ver en el Narcotráfico, en los negocios de compra y venta de las armas que alimentan guerras, en el tráfico de seres humanos, en la destrucción indiscriminada de los recursos naturales, en la infidelidad a los compromisos adquiridos, en el incumplimiento de la palabra dada, en el descuido y olvido del otro, del más necesitado. Estas, podríamos decir, son algunas de las acciones diabólicas que nos hacen menos humanos alejándonos del Dios bueno y misericordioso.
Pero no todo es pesimismo y maldad, como creaturas hemos sido dotadas por Dios para ejercer la libertad verdadera. Así, el riesgo del amor auténtico, de la adhesión voluntaria al amor de Dios no puede ser otro que el reconocimiento de los dones que hemos recibido de Dios quien con su amor desbordante nos invita a reconocerle como Padre creador, a dejar de buscar querer ser más que él, a buscar cambiar la forma miserable en que vivimos haciendo uso adecuado y correcto de la creación que él ha puesto en nuestras manos.
Por lo anterior, comprendemos como es tal el amor de Dios que quiso que en su Hijo Jesucristo se reorientara toda la creación al mostrar como el Padre bueno nunca nos abandona y siempre nos acompaña; así, descubrimos como en El Evangelio de hoy se nos presentan dos coletazos de la acción del mal frente al débil. En la cultura en que vivió Jesús la situación del niño, la mujer, y del enfermo eran muy difíciles: excluidos, discriminados e impuros no tenían cabida en la sociedad religiosa de ese tiempo. Acercarse a un muerto, tocar un enfermo, abrazar a un niño o hablar con una mujer, hacía que el que realizará estas acciones quedará impuro y señalado por todos los de su pueblo. Jesús, con sus actos y palabras cambiará esta manera de relacionarse. Movido por la compasión y la misericordia someterá al mal y dará un nuevo sentido a la vida de los pobres y necesitados.
Bastaría ver su actitud frente a la mujer que tiene problemas con su menstruación y siente el peso de la sociedad religiosa de su tiempo que la considera impura, Jesús se compadece de ella y la ama al decirle: "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal" (Mc 5,34). Ante al jefe de la Sinagoga que pierde a su hija y se sumerge en su dolor, el Señor dice: "No temas; basta con que tengas fe" (Mc 5,35). Ante la desesperación, el llanto y el desconsuelo de quien ha perdido a su hija, el Señor, con amor misericordioso dirá: " ¿Por qué alborotáis y lloráis? la niña no ha muerto; está dormida" (Mc 5,38) y luego: " Niña , a ti te hablo, levántate" (Mc 5,41).
Sin duda alguna, el mensaje de la Palabra de Dios en este domingo es claro: también nosotros, que hemos sido de alguna forma golpeados por la acción del Maligno, debemos acercarnos a Jesucristo a través de la oración, de la práctica de los sacramentos, de la vivencia de los valore del evangelio que se expresan en la práctica de la caridad con los más necesitados a quienes podemos tocar y amar porque ellos son el rostro de Dios.
Él, el buen Jesús trae la bendición de Dios sobre nosotros y recupera lo que hemos perdido: la bondad de Dios que siempre es bueno y fiel con sus hijos.