Domingo 11º del Tiempo Ordinario

Éxodo 19, 2-6a    Salmo 99    Rm 5,6-11     Mateo 9, 36-10,8

En este domingo Jesús da a sus discípulos una misión concreta acompañada de una advertencia: “«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»” (Mt 10,8). En qué o en quién basaron su confianza para mostrar el Reino de Dios a los hombres y mujeres que encontraron en el camino?. La respuesta es clara y evidente: ¡El signo visible que los acompañaba era “dar testimonio del maestro”, del amor, la caridad, la fraternidad, el servicio, la solidaridad, la compasión que habían aprendido y que llevarían en su mente y en su corazón por toda la vida.


El signo del Cristiano, del católico, lo hemos recibido en el bautismo y quien en verdad hace viva esta forma de ser no se deja atrapar por los afanes del mundo, por la tentación de creer que no se puede subsistir sin las seguridades que este ofrece. El que se ha dejado traspasar por el signo del Señor tiene claro que va a entregar a todos la paz que solo viene de Dios; no se deja enredar por rencores, disgustos y discordias.

Pero sobre todo, el discípulo de Jesús, es decir el que lleva en sí el signo de Jesucristo, es una persona sencilla, cálida, amable; su presencia en medio de los otros es para servir, curar y dar esperanza: “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.”(Mt 10,8).

Jesús fue el ungido del Padre y con su sacrificio en la cruz nos ha marcado desde el día de nuestro bautismo para vivir en el mundo de una manera novedosa y distinta. Con la gracia del Espíritu Santo podemos construir una sociedad diferente; solo relacionándonos con los demás con los mismos sentimientos de Jesús podremos vencer el señorío del mal que se desploma y pierde sentido por la fuerza, por el signo de la buena noticia de Jesús que permaneciendo en nuestro corazón se hace realidad en medio de todos aquellos con quienes compartimos la vida.

No lo olvidemos; Dios nos lo ha dado todo, nos ha “marcado” con los signos del amor, la misericordia y la paz; en nuestras manos está hacerlos visibles.