DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO

1 Reyes 19, 9a.11-13a    Salmo 85     Romanos 9,1-5      Mateo 14,22-33

Vivimos en el "imperio del ruido y las emociones"; casi podríamos afirmar que si lo que nos llega no es estruendoso, no nos hace llorar o sentir euforia de manera inmediata, no es válido, ni aceptable, ni convincente. Por eso las lecturas de hoy son muy interesantes, sobre todo para aquellos que están en la búsqueda de Dios y quisieran encontrar sentido a la vida.

El Señor siempre quiere salir a nuestro encuentro quiere estar con nosotros: "Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar!" (1 R 19, 9 b). El subir a la montaña, pasar la noche en vela, adentrarse en el lago o caminar hacia el desierto, eran recursos muy importantes que el hombre de la biblia tenía para crear el ambiente de silencio que le permitiera descubrir al Dios que habita en lo profundo de su vida: "Al fuego siguió un ligero susurro. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto." (1 R 19 12b-13)

En todos los evangelios quedó registrada la experiencia de intimidad de Jesucristo con su Padre del cielo: "...subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche, estaba allí solo" (Mt 14,23). Muchos encuentros con su Padre llevaron al Señor a dejar ver lo amoroso y bondadoso que era Dios, y a sus discípulos, comprender cómo la fe tiene un poder transformador.

El relato del evangelio de hoy deja ver cómo la vida de los discípulos de Jesús es como una barca sacudida por las olas; los obstáculos y adversidades son permanentes "porque el viento era contrario" (Mt 14,24). El creyente que tiene puesta su fe en el Señor experimenta que, frente a las tribulaciones de la vida que intentan inundarlo, el Señor con su gracia y amor no lo abandona: " Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago" (Mt 14,25). Frente a la fuerza impetuosa de las dificultades, es difícil pensar con tranquilidad; la realidad y las circunstancias atemorizan y hacen perder la esperanza; sin embargo, siempre el Señor Jesús dirá: "¡Ánimo; Soy yo, no temáis! " (Mt 14,27)

Como al apóstol Pedro en este relato del evangelio del domingo, podemos tener momentos en que sentimos que con Dios se puede superar cualquier dificultad. Pero al recordar nuestras fragilidades y pecados, y lo violento de los avatares de la vida, volvernos a hundirnos. Más de una vez tendremos que gritar como Pedro: "Señor sálvame" (Mt 14,30) y experimentar a Jesús que nos tiende la mano, nos agarra para que no sucumbamos.

Esta es la experiencia que se hace en el silencio del corazón: Dios siempre está con nosotros; frente a su grandeza y fidelidad, nos damos cuenta de la poca fe que tenemos. Con Él en nuestra barca, todo se podrá, porque el encuentro con Él nos hará confesar como proclamaron los discípulos del evangelio de hoy: "verdaderamente, eres Hijo de Dios" (Mt14,33)