DOMINGO 26 DEL TIEMPO ORDINARIO

Ezequiel 18,25-28     Salmo 24      Filipenses 2,1-11     Mateo 21,28-32

Nunca podemos olvidar que la palabra de Dios nace en el ambiente cultural e histórico del pueblo de  Israel. Será necesario buscar de alguna manera algo de fundamentación en el estudio bíblico para separar lo que es puramente social, cultural y de mucho sentido para dichas épocas, del soplo del Espíritu que trasciende cualquier momento, para ayudarnos a discernir nuestra realidad con la ayuda del texto sagrado.

Es el caso de la Palabra de Dios que nos ofrece la liturgia de este domingo. El Señor siempre espera la conversión del pecador, que se aleje del mal para que tenga vida: "Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, vivirá, no morirá" (Ez 18,28) . Muchas veces el rey o el pueblo de Israel se apartaba de los caminos de Dios, se llenaban de soberbia y orgullo, entonces el profeta, vocero de Dios, recordaba y proclama la rectificación del proceder: "El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores" (Slm 24)

Los evangelios también escenifican esta misma situación de testarudez del pueblo con Dios, ahora en las confrontaciones de los sumos sacerdotes y fariseos con Jesús. La pregunta de Jesucristo respecto a la manera de actuar de los dos hijos frente a su Padre: "¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su Padre?" (Mt 21,31), cuestiona la comodidad de aquellos que siendo hijos del pueblo de Israel, de boca dicen aceptar la petición de trabajar en la viña pero su proceder demuestra su desacato y los que en primera instancia no obedecen, pero que luego arrepentidos exclaman: "Voy, señor" (Mt 21,30)

Además del cuestionamiento claro de aquellos que "predican pero no aplican" que ya de por si requiere un serio examen de conciencia sobre nuestra manera de creer y aceptar la voluntad divina, la palabra propone una fórmula para unificar en nosotros esa doble realidad de obediencia-desobediencia  que habita en cada uno: "Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fl 2,5) . No solo Dios envía profetas para invitar a todos a la obediencia,  ni solo Jesús cuenta parábolas que  invitan a la conversión y aceptación del querer de su Padre. Realmente todo lo que hizo Jesús, su vida, su muerte en la cruz y su resurrección recogen tanto el si eterno de  Dios a la humanidad, como el si radical y obediente de la condición humana asumida por Cristo y esperado por Dios como respuesta a su amor fiel: "Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojo de su rango y tomó la condición de esclavo...Y así actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Fl 2,7).

La  actitud de total obediencia de Jesucristo al plan de su Padre, confiando siempre más en el Señorío de Dios que en el poder estruendoso del mal y la respuesta de Dios a la docilidad de su Hijo, aseguran a sus seguidores que el camino del amor, la humildad y la obediencia son los que realmente valen: "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el  -Nombre sobre todo nombre_ " (Fl. 2,9)