Domingo 27 Del Tiempo Ordinario
Génesis 2,18-24. Salmo 128. Hebreos 2,9-11. Marcos 10,2-16.
La Palabra de Dios de este Domingo está en plena consonancia con la reflexión que durante esta semana abordarán el Papa Francisco y los obispos de todo el mundo reunidos enel Sínodo en Roma para tratar el tema de la Familia.
No cabe duda que la temática cobra especial trascendencia no solo por el pronunciamiento y las orientaciones que se harán desde el Sínodo; sino por la importancia que tiene esta realidad para el momento y la sociedad. Ningún ser humano puede desconocer que proviene de una familia y que siempre, aunque no lo quiera, seguirá haciendo parte de ella.
Pero, ¿qué es lo que entendemos por familia?. Son variadas las formas y maneras como hoy se constituye una familia. En la sociedad actual podríamos decir que hay familia cuando se cumplen las funciones de papá, mamá e hijos. También encontramos familias constituidas por uno de los padres (cabeza) y los hijos, otras están conformadas por los abuelos , los nietos y los sobrinos, o como se dice coloquialmente : “mi familia la componen los míos, los tuyos y los nuestros”. En fin, muchas son las configuraciones de familia presentes en la actualidad dado que se configuran, articulan y relacionan de distinta manera. Es ante esta realidad donde la pregunta por la estabilidad y el desarrollo personal y social de sus miembros cobra especial importancia
Muchos han querido y "han configurado familia" motivados por la atracción física, por el gusto o el placer que les proporciona la sexualidad, por la futura estabilidad económica o inclusive la promoción social. Algunos han buscado prolongar su descendencia acudiendo a ideas y prácticas arcaicas en las que el respeto a la dignidad de la mujer y a los hijos no tiene ningún valor e importancia dado que la supuesta autoridad no es otra cosa que el disfraz del machismo que aún hoy continua imperando en muchas de nuestras familias. No es extraño compartir con personas que cuentan la triste historia de haber vivido sufrimiento, infidelidad, violencia y adicciones con quienes esperaban compartir historias de amor y alegría para toda la vida. Estas y otras historias bien sirven como telón de fondo para preguntarnos hoy, a la luz de la Palabra de Dios, ¿cómo nos sentimos con nuestra familia? ¿qué hay en nuestro corazón respecto a quien ha sido nuestro padre, madre, esposa, esposo hijo o hermano?, ¿Cómo son nuestras relaciones con ellos en la actualidad?, ¿Tenemos rencor por alguno de los miembros de la familia?
No creo equivocarme al afirmar que vale la pena recuperar en nuestra vida el valor de la familia, cualquiera que ella sea. Para ello, la Palabra de Dios nos ilumina, nos orienta al respecto. La base de la familia está en este querer de Dios que proclama el libro del génesis: "No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle un ayuda adecuada" (Gn 2,18). Ningún bien de la creación puede ser compañía adecuada para una persona, solo otra persona. La aclamación agradecida de Adán después que despierta del sueño profundo, deja en evidencia la necesidad de ver en la mujer, y sobretodo en la esposa, la persona que renueva la vida, recrea los sueños y anhelos más profundos en la construcción de la felicidad. Solo Dios puede dar al hombre o la mujer ese coequipero que le haga exclamar: "Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn,2,23).
La decisión de amar a alguien y desear compartir con esa persona toda la vidano debe ser movida únicamente por los impulsos, por la soledad, o por la preocupación de quedarse solo y así evitar que nos digan que "nos dejó el tren". La configuración de una Familia cristiana católica va más allá del compartir la vida por cualquiera de los motivos que hemos expuesto. Requiere de cada uno el cultivo y crecimiento en la madurez humana, espiritual, social, ética y comunitaria. Cuando a Jesús se le cuestiona sobre la probabilidad de divorciarse, el Señor logra trasladar el cuestionamiento hacia lo principal: Dios no quiere que el hombre y la mujer se unan pensando en hacerse daño o en vivir agrediéndose para luego divorciarse. Dios no quiere que las personas vivan buscándose únicamente para satisfacer sus instintos o para suplir sus necesidades; sin adquirir un verdadero y real compromiso que posibilite la oportunidad de vivir felizmente unidos en una sola alma y un solo corazón.
Quizá, siguiendo el querer de Dios: “…abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” (Marcos 10,7)suponga, además dela compañía del Señor, la formulación, desarrollo y consolidación de un proyecto de vida en el cual todos y cada uno de los miembros de la familia puedan realizarse personal y socialmente. En este sentido me gusta la manera como Jesús Palacios y María José Rodrigo exponen la noción de familia desde el desarrollo humano. Dicen los autores: “Se trata de la unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia en común que se quiere duradero, en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a dicho grupo, existe un compromiso personal entre sus miembros y se establecen intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia” (Palacios y Rodrigo, 2012, p. 33).
Construyamos un proyecto de vida familiar en el que la Palabra de Dios, la práctica de la caridad, del respeto, la tolerancia y la mutua aceptación sean signos de nuestro compromiso por la construcción de una sociedad en la cual los valores del Evangelio sean dados a conocer por aquellos que, como nosotros, nos decimos y somos seguidores de Jesús, miembros de la Iglesia católica. Que podamos decir como el salmista hoy: “Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que vea la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida” (Salmo 127)