DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO

Isaías 25,6-10a         Salmo 23            Fil 4,12-14.19-20        Mateo 22,1-14

 

¡Una fiesta es una fiesta! Tanto los paisanos de Jesús como nosotros sabemos lo que significa celebrar un acontecimiento en la vida: hay banquete, alegría, danza, bebida, regalos, etc. Todo pueblo y familia comparten sus mejores platos y viandas con amigos y paisanos. Sólo razones de fuerza mayor podrían excusar a cualquiera de no ir a una fiesta, y por lo demás sería muy descortés faltar; en ese instante surgirían muchos interrogantes: ¿por qué no se aceptó la invitación? ¿qué hay de malo en compartir un banquete? ¿es que acaso no se comparte el motivo de la fiesta?

El pueblo de la biblia también pudo explicar su relación con Dios, desde las mismas categorías: "El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados" (Is 25,6). No había duda, realmente Dios se manifiesta como aquel en Quien se puede confiar; Alguien que se sienta a la mesa con su creatura para que se alimente de todos sus dones: "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida" (Sal 22,6)

Por eso Jesucristo no tiene otra manera de hablar acerca del Reino de su Padre que no sea la heredada por los profetas del antiguo testamento, pero potencializada y explicada a través de las parábolas que narran las máximas acciones de amor y bondad que pueda tener Dios. Así, los primeros creyentes, luego de la muerte y resurrección del Señor, interpretan el sacrificio de Jesús como la invitación del rey a celebrar la boda de su hijo en el banquete abundante de la eucaristía y en la llamada a través del envío a todos los rincones de la tierra para que todos se sienten con Dios, sin ningún tipo de exclusión, y celebren plenamente la fiesta de la salvación.

Muchos han interpretado esta parábola de Mateo, cuando narra la situación del comensal que no lleva traje de boda y que es "atado de pies y manos y echado fuera a las tinieblas”, hacia el final del relato, como lo que acontece a aquellos que no se han sentado con Dios en el banquete y se condenarán. Considero que manteniéndonos fieles a la voluntad salvífica de Dios, la parábola no pretende asustar a quien no acepta la invitación al banquete de la vida en Dios. Pienso que la actitud del rey que descubre al que "no está vestido de fiesta" y que luego de ser descubierto, "se queda callado" para posteriormente ser lanzado “a las tinieblas donde será el llanto y el rechinar de dientes", pretende asegurarnos que la muerte y el mal quedarán en evidencia desestimando su poder frente a muchos que pensaron que vencerían, y frente a los pocos que aceptaron la invitación de banquetear con el buen Dios. ¡Esperemos, y tratemos de poner lo que sea de nuestra parte, para que seamos unos de esos pocos!