Domingo 33 del Tiempo Ordinario
Daniel 12,1-3 Salmo 16. Hebreos 10,11-14.18. Marcos 13,24-32
Los seres humanos nos cuestionamos permanentemente. Desde que somos niños las primeras palabras que balbuceamos van acompañadas de un ¿qué?. Esta pregunta por lo que somos, queremos y vivimos y otras más que van surgiendo con el transcurrir del tiempo se va haciendo cada vez más complejas y más difíciles de resolver con el transcurso de la vida que nos presenta retos, problemas y oportunidades. También es cierto que parte de la comprensión que tenemos sobre la vida se va nutriendo de las situaciones históricas y sociales que afectan de muchas formas a todos los que vivimos en esta casa común, el mundo.
Las guerras, los desastres naturales y la misma experiencia de inequidad e injusticia, nos interrogan cada día preguntándonos constantemente por lo que somos, lo que queremos, por el sentido mismo de lo que hacemos en la vida. ¿El mundo se va a acabar? ¿es inevitable que el mal se salga con la suya? ¿la muerte es el final o el comienzo?
Las preguntas sobre el fin, el sentido de la historia y el destino de la humanidad son abordadas por los textos bíblicos que hacen parte de la liturgia de este domingo. Para la literatura bíblica que presenta estos acontecimientos y que conocemos como apocalíptica, es inevitable la fuerza arrolladora del mal, que golpea poderosamente la creación y dirige todo su poder maligno sobre el pequeño, el débil y el justo. Pareciera que el poder de la mentira, el odio y la confusión se presentaran más fuertes que el mismo Dios, o tal vez, pareciera que Dios guardará silencio frente a la avasalladora fuerza satánica que nos impide ver la esperanza y el amor. Pero la verdad no es así : "Los sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que guiaron a muchos por el buen camino, como las estrellas por toda la eternidad" (Dn 12,3)
Los primeros creyentes también experimentaron la fuerza del mal en su vida, sin embargo en sus corazones resonó poderosamente las palabras de Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13,31). Así se oscurezca el sol y las estrellas no dejen de brillar, Dios ha manifestado todo su amor salvador en la vida, muerte, resurrección y glorificación de Jesús. El Padre del cielo mostró que la disponibilidad total de Jesús y su confianza absoluta en obrar con misericordia, aun en la adversidad conducirían la historia hacia la plenitud del bien y la verdad
Hoy, en la celebración de esta eucaristía en comunidad, recobramos nuestra esperanza y renovamos la certeza de que el Señor conduce plena y totalmente nuestra historia hacia la plenitud de la paz, la alegría y el amor. Ninguna otra realidad o experiencia distinta a la fe en Jesucristo puede determinar el curso de nuestra historia. Reconocemos en esta celebración el poder del Padre que en Jesucristo ha dado sentido pleno a nuestra vida porque somos partícipes del amor de Dios. Cuando abrimos el corazón y dejamos que el Señor Jesús habite en el encontramos sentido a nuestra existencia, a nuestra vida porque reconocemos que en él se encuentra la fuente de vida que nos permite transformar todo y ponerlo en manos del Padre que sabe lo que es bueno, lo que nos conviene.