Domingo de Ramos

Es abundante la palabra de Dios en el inicio de la Semana Santa. La liturgia llama a este día: celebración de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y así comienza la Eucaristía de este día, con una procesión que evoca dicha entrada a la ciudad santa. Jerusalén es el epicentro de la vida religiosa del pueblo de Israel, y Jesús como buen judío acude a Jerusalén; sin embargo, lo que va a suceder en ella, quedará grabado en la mente y en el corazón de los seguidores del Señor. Desde que entra a Jerusalén y es aclamado, su encuentro con sus amigos en la última cena, su  arresto, pasión y muerte, dejará ver en los primeros creyentes  que,  quien está con ellos: “viene en nombre del Señor” porque es “el profeta de Nazaret de Galilea”

Quien fue capaz de  darse totalmente por el Reino, no puede morir de otra manera que no sea al servicio del Reino de su Padre. Realmente lo que leemos en la pasión de Mateo, constata cómo se  ejercieron en contra de Jesús todas las formas de poder e injusticia para destrozar su vida. Como si de muchas maneras se tratara de demostrar que frente al poder de los hombres, de sus tradiciones, de sus maneras de entender las cosas, no puede nada ni nadie oponerse, porque lo único que le podría esperar, es la muerte. Si leemos y releemos las lecturas, fácilmente se encontrará la misma constante: quien es bueno, coherente y justo, sólo le espera la muerte en esta vida.

Lo que celebraremos en estos días santos que llamamos triduo pascual, responderá a estos interrogantes, de tal manera que, celebrar la Semana Santa tiene un sentido más profundo que participar en varias procesiones, celebraciones y oraciones. Seguimos de cerca al Señor, nos dejamos cuestionar por sus actitudes, permitimos comparar su estilo de asumir las situaciones extremas que vivió, con la manera como nosotros abordamos las mismas en nuestra vida.

Empezamos los días santos en el contexto de un mundo en desorden social y en crisis colectiva de esperanza. ¿Qué hacer si estas realidades nos han tomado la delantera? Es necesario fijar nuestros ojos en Jesús para adquirir su estilo frente a las situaciones extremas que vivió en sus últimos días. Hasta que no nos dejemos interpelar por Jesucristo, por la propuesta del Reino y por su proclamación permanente de confianza en la voluntad de su Padre, las expresiones litúrgicas de estos días no harán mella en la conciencia colectiva de nuestro país, ni en la manera de relacionarnos todos de  manera más fraterna y equitativa.

Estos días fueron entendidos y vividos por Jesús en coherencia con el querer de Dios y su pasión por la humanidad, también nosotros permitámonos vivirlos de la misma forma, experimentando la salvación de Dios en Jesucristo.