Domingo 30 Del Tiempo Ordinario
Jeremías 31,7-9. Salmo 126. Hebreos 5,1-6. Marcos 10,46-52
No se constituye en una empresa fácil ver con esperanza y alegría ciertos acontecimientos del mundo, y de nuestra propia vida. Algunos al realizar una mirada sobre tantas situaciones difíciles, terminan identificándose con grandes filósofos y pensadores que proclaman lo absurdo de vivir y el sin sentido de la historia, como si esta inevitablemente condujera al fracaso. Otros más audaces pero sin ningún horizonte de fe, proclaman el aniquilamiento de todo para que surja algo nuevo. Y no faltará siempre el astuto que aprovechándose de la confusión que genera ver la difícil realidad quiera aprovecharse de la débil mirada para beneficiarse ofreciendo a través de la superstición, la magia y las ideologías maneras de enfrentar la realidad.
Los que nos hemos reunido este domingo en el nombre del Señor hacemos la misma súplica que el ciego Bartimeo: "!Jesús, Hijo de David ten compasión de mí!" (Mc 10,47). En cualquier momento de la vida el mundo nos puede poner también al borde del camino, nos enceguecemos de tal manera que si no tenemos la misma insistencia de este ciego para que el Señor abra nuestros ojos aún siendo bautizados y creyentes actuaremos como si no lo fuéramos.
La celebración de la eucaristía es la oportunidad de estar frente a Jesucristo, cara a cara. El nos ve con su profundo amor y misericordia y sabe de nuestro dolor, confusión, falta de fe y miedo. No hay en el Señor una mirada de indignación o dureza por nuestra pequeñez o la fragilidad de nuestro mundo, Él que ha contemplado hasta la saciedad el amor inmenso de su Padre, ha aprendido a ver nuestra miseria desde la mirada amorosa y esperanzadora de Dios. Por eso no hay otra pregunta que pueda hacernos que la misma que hace a este ciego del evangelio: "¿Qué quieres que haga por ti?" (Mc 10,51).
La respuesta de cada uno a esta pregunta decide nuestra suerte y nuestro destino. Podríamos quedarnos al borde del camino pidiendo venganza por el mal que nos cometieron, o tal vez fortuna pensando que el dinero arreglará la vida. Sería muy conveniente ya que estamos muy cerca del Señor decirle también: " Maestro, que pueda ver" (Mc 10,51). Es la súplica que todos le pedimos hoy a Jesucristo, solo su gracia y bondad nos puede permitir abrir el corazón a su acción salvadora en el mundo. Solo su Espíritu de amor puede ayudarnos a sostenernos fielmente aun en las adversidades.
Pidámosle que siempre veamos el mundo y nuestra vida con sus ojos, así se fortalecerá nuestra fe y confianza para construir como hermanos un mundo mejor y una vida que siempre se deje sorprender por la poderosa acción del Señor que todo lo bendice.