El Bautismo del Señor
Queda en la memoria de las primeras comunidades cristianas el encuentro de Juan el Bautista con Jesús. Predicar desde el desierto como lo hacía Juan traía a la memoria de cualquier judío el camino de purificación vivido por el pueblo de Israel, camino en el que Dios recuperó el corazón infiel de su pueblo de manos de dioses falsos. La figura del Bautista y por consiguiente su predicación era conocida por el pueblo de Israel, de allí que pudieron establecer con relativa facilidad el vínculo y la relación con Jesús.
Algunos biblistas piensan que Jesús debió compartir un tiempo en el desierto con Juan el Bautista de quien también recibió algunas enseñanzas de la tradición hebrea. Como lo hizo el Dios de Israel que desde el desierto salvó a su pueblo cumpliendo la promesa; ahora también, el mismo Jesús, ungido por el Padre viene del desierto para traer la salvación a la humanidad. Es en este sentido como el encuentro de Jesús con el Bautista, con el último de los profetas del Antiguo testamento, se constituye como el momento inicial del ministerio profético del Señor al ser bautizado en el Jordán.
Podríamos preguntarnos: ¿Cómo se presenta este comienzo del ministerio público de Jesucristo?. Es Jesucristo el esperado desde antiguo, el mesías del que hablaban los profetas, el hijo de Dios que con su venida cambiaría todo: "aquí está vuestro Dios, aquí está el Señor; viene con poder …Apacienta como un pastor su rebaño y amorosamente lo reúne " (Is 40,10-11).
Con el título de mesías Israel quiere representar al esperado, al que cumple con las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento, él es el que había de llegar. Sin embargo, el evangelio de Lucas advierte que Juan no bautiza a un profeta más; sobre el reposa el Espíritu Santo y las palabras definitivas del Padre del cielo: "Tú eres mi Hijo el amado, en ti me complazco" (Mateo 3, 17). El mismo Jesús es la buena noticia para todos, su propia vida transformará la existencia de los hombres y mujeres de fe que crean en su palabra y le sigan. Dando cumplimiento a la voluntad del Padre, el transforma la vida, libera del mal y está a favor de los sufrientes, de lo más necesitados.
Al celebrar la fiesta del Bautismo del Señor nos llenamos de inmensa alegría y fe al confirmar que Jesús, el hijo amado del Padre, comparte con nosotros el amor inmenso y salvador de Dios, amor que nos enseña a ser realmente más humanos por gracia de Dios. Bien podríamos hacer nuestras las palabras del Apóstol cuando nos recuerda la importancia que tiene para nosotros la vida de Jesús y la fe en él: "Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad".
Dios también nos concede por el bautismo la participación en su destino glorioso. Él quiere que sin temor ni miedo iniciemos un proceso de conversión hacia el encuentro con el hijo amado; movidos por el mismo testimonio de Jesús quien vivió a plenitud la experiencia amorosa de su Padre. Esta fe y testimonio de Jesús que celebramos en su bautismo ha de ayudarnos a desaparecer de nuestra memoria cualquier imagen de un Dios castigador que goza haciendo sufrir a los hombres poniéndoles pruebas de difícil cumplimiento. El Dios que anunciará Jesús y que vive en nuestro corazón por el agua del bautismo es el que movió al Señor para buscar siempre lo mejor para todos en especial para los más pequeños y débiles.
Qué el mismo Espíritu que descendió sobre Jesucristo en su bautismo nos impulse para vivir llenos de vitalidad, bondad y misericordia dando testimonio auténtico como hijos e hijas del Padre que quieren hacer vida la caridad y la misericordia de Dios.