Quinto Domingo De Cuaresma

Jeremías 31,31-34     Salmo 50     Hebreos 5,7-9      Juan 12,20-33


Al empezar el último tramo de la cuaresma la palabra de Dios va concentrando nuestra atención en el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios: " Pondré mi Ley en su interior; la inscribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr. 31,33 b). Lo que  se va a experimentar de aquí en adelante es la acción más poderosa de Dios en el mundo, en la cual se manifestará plenamente la glorificación de Dios: "Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados" (Jr. 31,34 b).

A Jesús le ha llegado la hora, el  momento culmen en donde todo va adquirir un sentido distinto y superior. Jesucristo no entiende de otra manera más su sacrificio sino como el absoluto compromiso de Dios, su Padre, para  devolverle la auténtica condición de vida y libertad que necesita la humanidad para ser feliz. No es un Dios que requiere la sangre de su Hijo para satisfacer la deuda de la humanidad; por el contrario, es el Dios que, de tal manera está preocupado por la causa del hombre, que en la libertad de su Hijo y en la absoluta identificación del Hijo con su Padre, preferirá perderse en el abismo de la muerte que es entrega y donación que quedarse con una gloria vana.

Cuando el evangelista San Juan pone en labios de Jesús el momento o la hora en que el Hijo va a glorificar al Padre, lo hace aludiendo a que se va a generar un profundo cambio en la humanidad con lo que va a realizar Jesucristo, por eso presenta a extranjeros que se acercarán en la pascua a dar culto: "Entre los que habían subido a Jerusalén para dar culto a Dios  con ocasión de la fiesta, había algunos griegos" (Jn 12,20). Lo que Jesucristo va a vivir le dará un nuevo horizonte y un lenguaje universal al encuentro de Dios con el hombre. Son también los extranjeros los que realizan una solicitud a los dos discípulos de nombres griegos: " Señor, quisiéramos ver a Jesús"(Jn 12,21). Tal vez el evangelio del discípulo amado pretende que todos nos sumerjamos en esta inquietud: "¿quisiéramos ver a Jesús para que nos muestre esta nueva manera de ser Dios o de habitar Dios en el mundo?

Esta nueva manera de ser Dios ya no tiene que ver con la búsqueda racional de la divinidad, ni siquiera tampoco con la glorificación  entendida en términos de adulación humana. Tiene que ver con vivir asumiendo el estilo o proyecto del mismo Dios: "Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano de trigo a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante" (Jn 12,24). Aunque Jesús se encuentre profundamente abatido por los acontecimientos que lo acompañarán, sabe y siente que su Padre no lo abandonará; al contrario Él le expresará su máxima fidelidad y cercanía: "Yo lo he glorificado y volveré a glorificarlo" (Jn 12,28)