Quinto Domingo De Pascua

Hechos de los apóstoles 9,26-31.  Salmo 22     1 Juan 3,18-24.    Juan 15,1-8

Muchas dificultades e incertidumbres experimentaron los discípulos de Jesús cuando se fueron abriendo camino en el mundo conocido; una de ellas nos la cuenta el libro de los Hechos cuando recibieron a Saulo, recién convertido y ahora llamado Pablo. Necesitaron de  Bernabé para que les ayudara a entender el actuar de Dios y la misión que le encomendaba al antiguo perseguidor de la fe, y requirieron aún más fe y ayuda en la incomprensible tarea de cuidarlo cuando su vida corrió peligro por la confrontación con los judíos de procedencia helenista. Lo interesante era constatar  lo que le  sucedía a la  comunidad que vivía intensamente su fe: " se consolidaba viviendo en fidelidad al Señor. Y se extendía impulsada por el Espíritu Santo" (Hch 9,31b)

Visto de otra manera, la conciencia de estar unidos al Señor les daba garantía a sus discípulos de que eran imparables en la difusión de la buena noticia: "...y lo que le pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada" (15,22). La fe que tenían en Jesús era total; las primeras comunidades de creyentes la llevaron a un nivel superior en sus vidas, manifiesta en la capacidad de vivir de una manera sobrenatural el amor mutuo; para ellos ésta era su profesión de fe, su credo, y en palabras muy bíblicas, su mandamiento principal,  como lo atestigua la segunda lectura: "Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros según el mandamiento que él nos dio" (1 Jn 3,23).

¿De dónde les venía esa fuerza sobrenatural para vivir en el mundo de esa manera extraordinaria? De nuevo Jesús toma ejemplos de la vida cotidiana campesina para expresar su relación con su Padre y cómo debería ser la relación de los discípulos con el mismo Jesucristo: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido  a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada"(Jn 15,5). Toda la vida de Jesús, su acontecer, dejó ver que estaba íntimamente unido al Padre Dios, no entendió Jesús de otra manera su existencia sino en la comunión del perfecto Amor con Dios, por eso lo llamó: "mi Padre". Por estar totalmente unido a su Padre, proclamó el Reino, curó a los enfermos, amó a los débiles; esa unidad como la de la viña con el Viñador lo fortaleció para asumir el camino de la Cruz y de la muerte. Por eso mismo, por permanecer unido al Padre, resucitó y vinculó a todos a esa fructífera y vital relación con Dios. Ahora sus discípulos, la Iglesia, sus sarmientos, no se despegan de la vid verdadera: "Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis" (Jn 15,7)

La Iglesia unida a su Señor, se hace imparable en la transformación del mundo para Dios; vivir unidos en el Amor a Jesús da la seguridad de saber a dónde vamos y en quién confiamos. Sin embargo hemos de pedirle al Señor Resucitado que la división y el protagonismo no permita que ningún sarmiento se sienta vid y menos viñador; cuando esto sucede, se nota cómo el acontecer pascual en medio de la sociedad, se hace discreto.