Segundo Domingo De Adviento

Isaías 40,1-5.9-11      Salmo 85      2 Pedro 3,8-14     Marcos 1,1-8        

En el segundo domingo de adviento se define  con mucha claridad lo que debe ser un enviado del Señor: "Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén: álzala sin miedo"  (Is 40,9). El Profeta es un mensajero, con una misión que debe cumplir decididamente al servicio de la gente. Todo le será dado por Dios para que expresamente cumpla la misión que se le ha puesto. En el antiguo testamento y hasta Juan el Bautista la institución profética  preparaba y disponía al pueblo  de tal manera que éste siempre estuviera atento al acontecer de Dios en sus vidas y en su historia.

El profeta tenía una mirada especial; la mirada bondadosa de Dios frente a las miserias sociales y personales. Sabía muy bien que dichas estructuras de mal se meten en lo más hondo del corazón y como un parásito que se aloja en el cuerpo humano, sin que el hombre lo sepa, se apodera de él, destruyéndolo e infectando lo que hay a su alrededor. Por eso el Profeta, conocedor sagaz del adversario  que enfrentaba, tenía claro que la única manera para destruir lo que hacía daño, rompía la alianza y apartaba de Dios, era cumplir la tarea que Dios le encomendaba: " Consolad, consolad a  mi pueblo, dice vuestro Dios, hablad             al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa pues ha recibido al Señor" (Is 40,1)

El evangelio de San Marcos recogerá en Juan el Bautista toda la institución profética del Antiguo Testamento, presentando la tensión absoluta frente a la máxima, total y definitiva intervención profética de Dios para la humanidad: Jesucristo. Juan el Bautista no desconoce dicha realidad:" Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo" (Mc 1,7). Se requiere entonces tomar conciencia de lo que ha generado la acción del mal en la condición humana, aceptar la debilidad, pedir perdón y estar dispuesto a recibir la acción misericordiosa de Jesús que viene a salvar.

"Nosotros, sin embargo, según la promesa de  Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que  habite la justicia" (1P 2,14). Al recordar que el tiempo del adviento descubre además de la celebración de la promesa consoladora de la llegada de Jesús en carne, su  segunda venida en gloria, confesamos que  realmente nada de este mundo puede salvarnos y recomponer las estructuras de pecado y mal pues todo se "desmoronará", menos aquel hombre o mujer que entiende su vida desde las mismas opciones de amor, servicio y misericordia que el profeta de  Nazaret.

Hoy también al comenzar esta segunda semana de adviento, pedimos al Señor que quienes participamos por el bautismo de la condición profética de Jesucristo, expresemos con nuestras acciones bondadosas de justicia y amor la llegada definitiva del Salvador.