Segundo Domingo De Cuaresma

Génesis 22,1-2.9a.10-13.15-18    Salmo 116     Romanos 8,31b-34      Marcos 9,2-10

No se puede perder de vista que los dos relatos centrales de la Palabra de este domingo surgen en la montaña. También en la montaña el pueblo de la biblia descubrió el doble misterio de la vida: el sufrimiento y la gloria. Subir un monte no es cosa fácil; la grandeza del sitio se impone frente a la pequeñez del escalador. El desgaste físico y el empeño de subir, se agudizan en la medida que la cuesta dificulta el ascenso. Sin embargo, ya en la cima, las cosas se ven claras, el horizonte es amplio y el cielo inmenso; valió la pena el esfuerzo, el sudor, las caídas... de aquí en adelante todo se ve distinto.

Tanto el sacrificio del hijo de Abrahán, como el relato de Jesús con Pedro, Santiago y Juan en el monte Tabor, transmiten el sabor a prueba y muerte que tiene de vez en cuando el caminar en este mundo y la experiencia salvadora y vivificante que tiene la obediencia a Dios y la confianza en su acción salvadora. La obediencia de Abrahán le traerá la promesa que Dios le concede: "te colmaré de bendiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de las playas" (Gen 22,17). Todo el que experimenta pruebas difíciles, pero que las vive obedeciendo la voluntad del Señor, sin desesperar, recibe la bendición: "Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido" (Gen 22,18).

Lo que vieron los tres discípulos de Jesús en el Monte quedará grabado en sus mentes y en sus corazones y será motivo de reflexión tanto para los primeros creyentes que experimentaron pruebas y persecución, como para los creyentes de hoy y de siempre. ¿ Qué vieron?, ¿qué experimentaron estos discípulos? Pues lo primero y más importante, que  Jesús no es de este mundo; sus vestidos representan al viviente que trae la vida en plenitud: " Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador como ningún batanero del mundo podría blanquearlos" (Mc 9,3); además que no está en contraposición con la antigua ley, al contrario lleva a plenitud el plan de salvación trazado desde antiguo: " se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús" (Mc 9,4). Y tal vez lo que siempre tendrán presente, pues en otros textos se repetirá, es que Jesús es el Hijo de la promesa (como Isaac para Abrahán), es el Amado del Padre Dios, que lo escucha permanentemente, lo obedece en todo. Más aún, ante las pruebas el mismo Dios dará la clave para salir de las mismas: "Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: Éste  es mi Hijo amado; escuchadle" (Mc 9,7)

Después de una experiencia como ésta cualquiera quisiera seguir ahí: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí¡ Vamos a  hacer tres tiendas..." (Mc 9,5). Sin embargo, hay que bajar del monte, guardar en el corazón esta experiencia para continuar en el día a día. Cada Eucaristía, cada encuentro con la Palabra y cada momento de cruz se convierten en  experiencias similares a las acontecidas en la montaña, que afianzarán en nuestra vida lo que la carta a los Romanos proclama: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31b)