Segundo Domingo de Pascua

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA

Hechos de los Apóstoles 4,32-35.     Salmo 118       1 Juan 5,1-6.        Juan 20,19-31   

Existen unas características muy particulares que indican la presencia del Resucitado en su comunidad; hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles  las recodará. La primera es la perseverancia: "los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2,42). Rápidamente los primeros creyentes entendieron la necesidad de persistir en las mismas prácticas que Jesús les enseñó. La segunda, la vitalidad de los apóstoles: "Todos estaban impresionados, porque eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles" (Hch 2,43); llegar a tal vitalidad espiritual les significó a los apóstoles recorrer un intenso camino con Jesús Resucitado, como lo vamos a ver más adelante en el evangelio. El tercer aspecto de estas vitales comunidades pos pascuales es la libertad frente a los bienes: "Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común" (Hch 2,44), no existía tesoro más preciado que el encuentro salvador con el Resucitado. ¿Cómo llegaron a esta experiencia  "envidiable" de comunidad?, ¿qué fuerza habitaba en ellos para construir un proyecto de vida tan anhelado para nuestras comunidades hoy?

El evangelio de hoy responsabilizará de esa transformación a la acción del Resucitado en medio de ellos. Aún temerosos los discípulos se reunían en la tarde del domingo, no sé si por la costumbre de verse o por la necesidad de hacer terapia grupal frente al fracaso de Jesús (su pasión y muerte); sin embargo se aseguraban que la casa donde se reunían tuviera "las puertas bien cerradas". Aquí no hay nada parecido a las comunidades que nos cuentan los Hechos, por eso interesa mucho la descripción que hace el evangelio del discípulo amado de la situación, porque es en esas circunstancias que: " Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: -la paz esté con vosotros-" (Jn 20,19 b); les dio a conocer sus reacciones y sus acciones a través de los gestos que realizó ante ellos: "les mostró las manos y el costado" (Jn 20,20); los involucró en la misión de su Padre: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros" (Jn 20,21) y les hizo partícipes de su Espíritu, para que hicieran lo mismo que Él: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará..."(Jn 20,23); acciones y gestos de Jesús que sorprenderán a los Apóstoles porque lo que ellos guardan para sí es el recuerdo de haber abandonado al Maestro y haberlo negado y traicionado, y lo que Él les manifestará es el don de la paz que los renueva y que sólo viene de aquel que ha vencido a la muerte amando hasta el extremo.

De ahí en adelante la vida les cambiará a los amigos de Jesús, pues han experimentado la Misericordia extrema de Dios en sus vidas. Sin embargo esta íntima experiencia no es vivida por Tomás quien, al no estar en el recinto y ser testigo del Resucitado, expresa  contundente: "Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto los dedos en ellas... no creeré"  (Jn 20,25). Tomás recogerá  a los discípulos de todos los tiempos que siempre buscarán cualquier tipo de prueba para creer; para ellos ese es el reto de la Iglesia que nace del costado abierto de Jesús, Iglesia que sirve y que muestra las llagas gloriosas de su Maestro en el reconocimiento y restitución de derechos a las víctimas de la violencia, pobreza e inequidad. Cuando dejamos que el Resucitado se ponga en medio de nuestra pobre y cómoda condición, experimentamos la paz de Dios que nos hace perseverantes, fuertes y libres para recuperar el proyecto de la Iglesia nacida de la Pascua y que evoca la primera lectura de este domingo. Solo de esta manera la bienaventuranza de Jesús será realizable hoy: "Dichosos los que creen sin haber visto" (Jn 20,29)