Sexto Domingo Del Tiempo Ordinario

Levítico 13,1-2.44-46     Salmo 31    1 Corintios 10,31-11,1     Marcos 1,40-45

Este domingo es el último de esta primera parte del tiempo ordinario; desde el próximo  miércoles empezaremos a  acompañar a Jesús desde otras realidades espirituales: la cuaresma, la celebración del triduo y el tiempo pascual. Cerramos este primer ciclo observando las acciones y comportamientos radicales de Jesús para mostrar a su Padre como el Dios que cura y que no excluye a nadie; por el contrario, el Dios Padre que se mueve a favor de los marginados.

Hay que tener presente lo que significaba ser leproso en los tiempos de Jesús. La lectura del libro del Levítico lo recuerda muy bien: "El leproso llevará las vestiduras rasgadas, la cabeza desgreñada y el bigote tapado, e irá gritando: - impuro, impuro-" (Lv 13,45). Las úlceras en su cuerpo, la cara desfigurada por la lepra son entendidas por el pueblo de Israel como si el mismo Dios, a causa del pecado de la persona, le hubiese enviado esta "marca de desgracia",por lo cual el leproso habría de cargar con dicha vergüenza "mientras le dura la lepra" (Lv 13,46) y no podrá entrar en el Templo, ni participar de la vida cotidiana en la que se desarrollaba como persona.

Desde este contexto entendemos el encuentro de Jesucristo con el leproso y los sentimientos y gestos que el Mesías expresa frente a él: "se encolerizó"; expresó su compasión, unida a Su palabra: "quiero queda limpio" (Mc 1,41). Aunque el texto litúrgico usa la expresión Jesús "sintió lastima", el término original es mucho más amplio y fuerte; ciertamente sintió compasión del leproso, pero se encolerizó, se llenó de ira e indignación. Y había razón para experimentar dicha sensación, no contra el leproso, sino contra el sistema social y religioso que responsabilizaba al Padre bueno de Jesús de excluir y marginar al que ya, de por sí, experimentaba mucho dolor en su cuerpo para agregarle un dolor más a su alma.

No hay más acciones y palabras de Jesús que tocarlo y  decirle: "quiero queda limpio". De Dios no se puede esperar más que quitar las cargas tanto del cuerpo como del alma. La  acción de Jesús de tocarlo tenía consecuencias claras para el orden establecido: "se convierte en impuro". Dice el evangelio que: "Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados" (Mc 1,45). El Señor hace lo que su Padre le pide: trasladar su reinado a los desposeídos y someterse a Sí mismo a ser visto como otro impuro y marginado. Sin embargo dice también el texto: "aun así, seguían acudiendo a él de todas partes" (Mc 1,45 b).

También hoy acudimos a Jesús con muchas realidades que  "cargamos en nuestro cuerpo" sabiendo que si le pedimos a Jesús que nos cure, Él no dudará en aliviarnos, compartiendo con nosotros su vida y su amor, permitiéndonos que nada nos excluya de los bienes prometidos para todos.