SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Con la solemnidad de Jesucristo rey del universo que celebramos hoy, los católicos de todo el mundo damos por terminado el año litúrgico. En esta solemnidad hacemos memoria la proclamación definitiva del Padre del cielo quien nos recuerda como en su hijo se encuentra el fundamento de todas las cosas porque es en él donde Dios  ha manifestado todo su señorío y su poder al constituir a Cristo como Señor de todos; es por ello que nosotros lo reconocemos como Rey del Universo.

Al celebrar esta solemnidad podríamos  preguntarnos: ¿cómo logró el hijo de Dios ser constituido Rey y Señor del universo?; pregunta a la cual tendríamos que responder el reinado de Cristo es el amor, el servicio, la entrega, la misericordia.   Al reconocer que Cristo es el Rey del universo; los creyentes confesamos dos verdades: la primera que el destino de nosotros, de la historia y del universo está en las manos de Dios y que si bien es cierto Dios quiere que seamos felices; en nuestras manos está el hacerlo realidad. La segunda verdad, estrechamente relacionada con la primera,  hace referencia a la forma como Cristo se hizo Rey de universo, es decir a la manera como nosotros los cristianos, al igual que Jesús, caminamos por los senderos de la justicia, el amor y la paz que llevan a la aniquilación del mal y a la instauración y reconocimiento de Jesucristo como Rey del universo.

El querer del mismo Dios es lograr que todos nosotros tengamos vida verdadera sin  ninguna clase de esclavitud o atadura que nos impida ser felices; y ¿cómo lograr este propósito, este querer de Dios?.  Pareciera ser que el “vivir como reyes” está asociado a la  necesidad de aliarnos con la fuerza, el poder económico, político y la manipulación sea ideológica o de falsa religión para lograr tan  anhelado deseo; pero ese no es el querer de Dios, ese no es el reinado que él nos propuso y que llevó a su máxima expresión  Jesucristo.

Lo que el Señor nos presenta en este domingo sobre el sentido del reinado es toda una revelación sobre el significado del triunfo verdadero;  triunfo que no responde a la pasajera y adormecedora vanagloria humana, triunfo que ni siquiera tiene que ver con los embaucadores honores que podemos brindar a otros,  porque el triunfo verdadero sobre la muerte y el mal está en Jesucristo, en sus obras, en sus palabras, en su testimonio, en su entrega.  

En Jesucristo se recoge la experiencia de todo ser humano que se esfuerza, se sacrifica y lucha hasta el punto de desgastar toda su vida por lograr consolidar  una bella familia, una buena educación, una causa social que dignifique a los demás, etc. Es el Padre Dios quien  confirma con  la vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión de su Hijo que el verdadero triunfo lo da Dios en Jesús su hijo quien ha sido fiel a la promesa de amor del Padre, dándose, entregando cada minuto de su vida aun en la incomprensión y adversidad que siempre se presentan.

Como Jesús Rey desde la cruz, también podemos experimentar burlas, cuestionamientos, envidias y hasta deseos por parte de otros que buscan que  nuestros proyectos y tareas se frustren y fracasen. Es posible que continuamente sintamos la tristeza y desolación al ver que el malvado prospera rápidamente;  a diferencia de nuestro doloroso y sacrificado camino del que no podemos ver resultados rápidamente. Es ahí donde hemos de alzar la cabeza y fijar los ojos en Jesucristo quien con su vida y sacrificio en la cruz, nos recuerda lo legítimo y seguro de nuestro camino hacia la gloria verdadera. El verdadero triunfo, el verdadero reinado,  no tiene que ver con las retribuciones de éste mundo que son pasajeras y efímeras; tiene que ver con la actitud y el compromiso con el que los cristianos católicos asumimos las distintas circunstancias de la vida que, aunque dolorosas, nos permiten descubrir en ellas la corona, la cruz que porta nuestro Rey.

Démosle gracias a Dios en esta Eucaristía por haber celebrado la vida de Jesús en este año litúrgico que hoy termina y nos ha permitido curar  nuestra vida de toda falsa vanidad; en el cual hemos podido, por  gracia de Dios,  iniciar un camino de conversión que nos ha llevado a adquirir la confianza que nos permitirá alcanzar el reino de vida plena.