SOLEMNIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Eclesiástico 3,2-6.12-14 Salmo 127 Colosenses 3,12-21 Lucas 2,41-52

Con el transcurso del tiempo y el desarrollo  de las sociedades, las configuraciones familiares han cambiado hasta el punto de pensar o afirmar que ya no podemos hablar de familia, sino de un grupo de personas que, aunque viven, no conservan ni mantienen  vínculos sólidos que les permiten afrontar con madurez las distintas dificultades que se puedan presentar.  También podríamos decir que es muy difícil encontrar familias que tengan un proyecto común en el cual todos y cada uno de sus miembros puedan aportar su concurso al bienestar y cumplimiento de las metas que se proponen.

Hoy valdría la pena que nos detuviéramos  en la pregunta: ¿quiénes son los que hacen parte de nuestra familia, quiénes la conforman, qué es lo que nos une, nos identifica como familia?.  Antiguamente la familia se definía por la profesión o destrezas transmitidas de una generación a otra; las familias se identificaban por frases como:  "viene de familia de los artesanos, de comerciantes, de educadores, etc."  Con el tiempo este reconocimiento fue dando paso a otro tipo de identificación familiar: la de los apellidos; fueron consolidándose familias  que se definían sencillamente por su apellido: La familia Castillo, la Familia Pérez, la Familia Guzmán, etc. Parecía que el apellido, los abolengos, los bienes que tenían los definían como familia.

Estas maneras de identificar la familia fueron desapareciendo con el tiempo hasta encontrarnos hoy con un interés muy marcado por volver a los fundamentos de la familia, a los orígenes y vínculos entre sus miembros; a las relaciones que se caracterizan por el amor entre los esposos; amor que da como fruto a los hijos con quienes se va construyendo y desarrollando un proyecto común de vida caracterizado por la vivencia de valores y principios que los unen y los fortalecen en sus relaciones.

Con la alegría de la conmemoración del nacimiento de Jesús se constituye la Sagrada Familia. Una familia constituida por Dios en la sencillez y la humildad que contemplamos  en el pesebre de Belén. Al contemplar a José, a María y al niño, podemos reconocer en ellos a los miembros de nuestra propia familia, a aquellos seres queridos  con quienes compartimos la vida, los sueños, la esperanza y las dificultades. La palabra de Dios de hoy nos invitará a reflexionar sobre el bienestar de nuestra familia, a tomar decisiones importantes para el bienestar de nuestros familiares.

Nunca podremos renunciar al mandamiento del amor, porque es lo único que puede permitirnos mantener las buenas relaciones entre nosotros rescatando nuestras familias  del abismo del odio, la violencia y el desamor.

Acudamos como la Familia de Nazaret a Dios, guardemos su nombre santo en nuestros hogares. Esforcémonos por no ser groseros, por  no maltratar de ninguna manera a las personas que viven con nosotros. Cuando falte el dinero para pagar las deudas, cuando tengamos malestares emocionales, cuando sintamos que los otros no se comprometen suficientemente con la familia; busquemos a Jesús desesperadamente, como lo hicieron María y José.  Señor siempre  nos va a sorprender  permitiéndonos ver la vida con esperanza y mostrándonos  nuevos  caminos por los cuales transitar. 

Jesús creció en una familia sencilla, pero la experiencia que vivió con María y José fue de ser de tal magnitud que descubrió en la sencillez de sus padres y en la obediencia que le tenían a Dios, el amor de su Padre celestial y la identidad perfecta con su proyecto salvador: "Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52).

Luchemos siempre por nuestra familia, aunque tengamos dificultades y diferencias ellos siempre estarán con nosotros, no nos abandonará. Nunca pensemos en acabar con nuestra familia, no pensemos que la solución para todo es la separación; hasta la situación más ardua y difícil que experimente una familia como el  alcoholismo, drogadicción, infidelidad y violencia es posible superarla si volvemos al Padre misericordioso de todo corazón reconociendo que también somos frágiles y como Dios nos ha perdonado, también podremos dar una nueva oportunidad a quien la merezca. Es necesario buscar ayuda y fortaleza en aquellos que tienen más experiencia y fe para que con humildad y perseverancia rescatemos el don precioso de la familia. 

Que Jesús, María y José, bendigan nuestra familia, protéjanla de cualquier adversidad  y nos permitan, con la ayuda de Dios,  crecer siempre en el amor, la paz y la reconciliación. Amén.