Solemnidad De La Santísima Trinidad
Deuteronomio 4,32-34.39-40. Salmo 32. Romanos 8,14-17. Mateo 28,16-20
Uno de los términos más mencionados y usados en el mundo es “Dios”.Ante una situación concreta exclamamos: ¡oh Dios! , cuando no entendemos algo que nos sucede o acontece preguntamos :¿por qué Dios?, cuando buscamos confirmar nuestra palabra y poner un testigo de excepción decimos: ¡ Por Dios¡, si necesitamos consuelo y apoyo con frecuencia decimos: ¡Dios mío!.
La misma historia de la humanidad nos muestra que disciplinas como la filosofía, la psicología y la sociología entre otras han buscado definir a Dios. Otras prácticas como el esoterismo, por ejemplo, han generando confusiones y malos entendidos cuando han intentado mostrarlo. Pero, ¡Quién es Dios?. Esta pregunta surge con especial interés en medio de los hombres y mujeres que desde la óptica de la fe católica profesamos nuestra adhesión y seguimiento a su mensaje, su misterio y su palabra. Por esta razón, al reunirnos en su día, recurrimos a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia Católica para recordar y precisar lo que Él mismo nos ha mostrado sobre si.
Al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia proclama su fe en Dios. En un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu¸ como bien se firma en el prólogo del catecismo de la Iglesia católica:
"Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lograrlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como Redentor y Salvador. En Él y por Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada" (CIC 1)
Esta expresión del Catecismo encuentra su fundamento en la experiencia que el pueblo de la Biblia ha vivido con El y que la misma Iglesia continúa experimentando a través de las acciones bondadosas y fieles de Dios quien decide, con especial predilección, acompañarnos y caminar permanentemente a nuestro lado. El pueblo ha reconocido y sigue escuchando la voz de Dios que lo guía y lo acompaña: "¿qué pueblo ha oído la voz de Dios en medio del fuego, como la has oído tú, y ha quedado con vida? (Dt 4,33). Frente a tantos dioses de pueblos extranjeros "forrados" en oro, con rituales extraños y extravagantes, el pueblo de la biblia es capaz de distinguir al verdadero Dios porque él ha intervenido en sus vidas de muchas maneras, sobre todo en las más extremas: "los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempos de hambre" (Sal 32)
Dicho lo anterior, comprendemos como todas las palabras y acciones de Jesús confirmarán la radicalidad y el compromiso total que Dios ha asumido con la humanidad. Los Evangelios confesarán lo que los apóstoles y discípulos vieron de Jesús al descubrir como el maestro llevará hasta las últimas consecuencias la entrega y el amor en el cumplimiento de la voluntad de su Padre: que su vida divina esté en nosotros. Así, los seguidores de Jesús, no tendremos otra opción que hacer lo que el Señor Jesús con la autoridad del Padre ordenó a su Iglesia: "poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado" (Mt 28,19)
Al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad, no nos preocupemos por definir a Dios. Hoy proclamamos que Dios habita en nosotros, que con su amor sigue compartiendo nuestras tristezas y alegrías, que El seguirá jugándosela por nosotros. Dios es el Padre bueno que quiere darnos su heredad: " Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo. toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él"(Rm 8,17)