Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10.    Salmo 18.  1 Corintios 12,12-30.   Lucas 1,1-4;4,14-21

 

“Las palabras tienen poder”. Esta expresión que seguramente hemos escuchado en varias ocasiones, bien puede ser la síntesis del mensaje de la palabra de Dios en éste domingo.  Es impresionante lo que pueden hacer en  la vida de cualquier persona  unas palabras dichas con odio o con amor. 

Sabemos y conocemos historias de personas que dejaron que palabras negativas, discriminatorias e insultantes labraran su vida dejándose engañar hasta el punto de “arruinar” su propia existencia marcando su vida con el dolor, la tristeza y la desesperanza. También sabemos, por el testimonio y las obras de muchas otras personas, que algunas palabras inspiradoras y bondadosas fueron el motor para cambiar su manera de obrar haciendo de la vida un testimonio de alegría, paz, fraternidad y amor a pesar de los muchos inconvenientes y tropiezos que diariamente se les presentaron.

En éste domingo, las lecturas nos dan a conocer el testimonio de algunos hombres que en diferentes momentos de su vida descubrieron e hicieron suyo el poder transformador de la Palabra de Dios acogiéndola en la mente y en el corazón hasta hacerla real en sus propia vida. La Palabra de Dios llena de consuelo y esperanza les permitió abrir caminos nuevos inspirados en el amor, la verdad y la esperanza; es en este sentido  como entendemos la hermosa expresión del salmista que hemos escuchado:  “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos” (Sal 18). Cabe recordar que es justamente en   los momentos más difíciles del pueblo de Israel, cuando el pueblo vuelve la mirada y la atención a las palabras promulgadas por Dios y explicadas por sus profetas buscando descubrir el sentido de su existencia; ejemplo de ello es la experiencia contada por Nehemias::  “los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieran la lectura...Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley” (Ne 8,8-9)

Como es evidente, la Palabra de Dios ha acompañado y sigue acompañando a los hombres y mujeres de fe que con atención y piedad disponen la mente y el corazón para escuchar y atender el mensaje de Dios. Nosotros, pueblo de Dios que se reúne a celebrar y acoger la palabra de Dios en la vida, sigue las enseñanzas del pueblo de Israel y de manera concreta el testimonio de las primeras comunidades cristianas que acogieron con amor y fe las palabras de Jesús; así, las expresión de San Lucas “ para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,4) se constituye para nosotros como una invitación a profundizar en el mensaje, en las enseñanzas del Maestro; es un llamado a interesarnos, a estar  con los oídos atentos y el corazón  abierto permitiendo que el Señor, lleno de la fuerza del Espíritu, nos enseñe y oriente de tal manera que podamos experimentar en nuestra propia vida el poder salvador de su palabra.  La Palabra de Dios, y su máxima expresión que es Jesucristo, nos ha permitido reconocer que siendo distintos, conformamos un solo cuerpo que conoce y sigue las enseñanzas recibidas de Dios y de su hijo amado Jesucristo: “fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu” (1 Cr 12, 13).  

Todos nosotros, los bautizados, participamos del anuncio de la Palabra de Dios,  de la buena noticia; compartimos la misma herencia salvadora que nos permite  acoger en nuestra vida a Jesús dejando que sus palabras definan todo nuestro ser. Siguiendo estas enseñanzas y fieles a nuestras tradiciones,   la Iglesia nos invita en este año jubilar de la misericordia  a dejar de lado tantas palabras ineficaces y absurdas que hemos albergado en la vida volviendo  la  atención a la Palabra de Dios. Para un creyente que se ha convertido plenamente a Dios y ha proclamado a Jesucristo como el Señor de su vida;  ni las maldiciones, ni las palabras hirientes y menos las palabras disfrazadas de magia y superstición pueden edificar si vida o su historia.

Acojamos las palabras de Jesús, dejemos que esas palabras llenas de la fuerza de Dios determinen todo nuestro acontecer, el de nuestras familias y el de nuestro País. Es necesario en este año conocerlas, meditarlas y anunciarlas para que siempre nuestros ojos estén fijos en el que ha dicho: “ El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19)

Finalmente, pidamos al Señor por quienes anuncian y proclaman la Palabra de Dios. Que  iluminados por el Espíritu divino, no nos enredemos de tal manera que produzcamos el efecto contrario: alejar de Dios a los fieles que nos escuchan. Que nuestra predicación sea expresión del poder transformador de la palabra amorosa que nos ha llamado y nos ha instituido como sus auténticos ministros.