3º Domingo del Tiempo Ordinario

Isaías 8,23b-9,3     Salmo 26     1 Corintios 1,10-13.17    Mateo 4,12-23

Apreciados hermanos. Nos reunimos para celebrar el tercer domingo del tiempo ordinario. Y como lo hemos escuchado, la liturgia de la palabra nos introduce en un momento importante de la vida de Jesús: el inicio de la vida pública de Jesús quien abandona el sitio donde pasó su infancia y juventud para ubicarse en otro lugar que será crucial en su vida: “Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago” (Mt 4,12). Veamos de manera rápida cómo era esta ciudad para tratar de entender por qué Jesús inicia allí su predicación. Las excavaciones y estudios arqueológicos permiten descubrir que Cafarnaún era una aldea muy sencilla de pescadores y agricultores la cual mantenían un ambiente propio de una comunidad típica israelita ;tenían un recinto donde se reunían los sábados a escuchar la ley y los profetas, sus calles eran angostas y sin ningún pavimento; llevaban una vida familiar muy estrecha donde abuelos, padres e hijos vivían en las mismas casas y se distribuían las responsabilidades cotidianas; es allí, en este ambiente acogedor, de oración y de vida familiar donde nuestro Señor comienza el anuncio central de su ministerio: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 4,17).

Como hemos recordado, la ciudad se encuentra junto al lago; y es allí, a la orilla del lago donde se encuentra con dos hermanos Pedro y Andrés, luego con Santiago y Juan, hombres de bien, trabajadores, pescadores a quienes Jesús invita a asumir un proyecto mucho más grande que el de sus trabajos, los invita a algo más audaz: “Vengan y síganme, los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19). La reacción y la respuesta de éstos hombres a la invitación de Jesús queda registrada en el evangelio; Mateo muestra como el impacto que la Palabra de Dios causó en estos hombres fue admirable y no admite más que una respuesta: convertirse y acoger el Reino: “Inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron” (Mt 4,20)   y   “Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron” (Mt,4,22).

No hay duda que lo acontecido en Cafarnaúm y en  las demás poblaciones que recorrió Jesús transformó la vida de los que se acercaron a él. Su testimonio de amor, misericordia y bondad quedaría grabado en la mente y en el corazón de quienes lo encontraron por el camino y fueron objeto de su favor: “Recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo” (Mt 4,23). Este mismo testimonio es el que la Iglesia ha venido proclamando durante toda su historia, el mismo que hoy nos congrega y nos invita a hacer realidad en la vida de cada uno de nosotros y de nuestras familias y comunidades.

Frente a un mundo en crisis y corroído por toda clase de situaciones que nos destrozan,  lo más fácil sería continuar ahondando en  las divisiones internas de nuestra familia, de las Instituciones y de la sociedad en general para buscar “salvadores” y “mesías”; pero esta situación no es nueva, parece que dicha tentación también acompañó a las primeras comunidades de cristianos, por lo que escuchamos en la carta a los Corintios, San Pablo les recuerda a los seguidores de Jesús que se mantengan en la unidad: “Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir (1co 1,10).


Hagamos nuestra alguna de las invitaciones que el Señor nos ha hecho hoy: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 4,17).: “Vengan y síganme, los haré pescadores de hombres” (Mt 4,19). Volvamos la mirada al Señor y dejémonos contagiar por su palabra. Que nuestra respuesta sea la misma de aquellos primeros compañeros de Jesús: “Inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron” (Mt 4,20) y  “Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron” (Mt,4,22). Que también nosotros, como lo hacía el maestro, podamos pasar “enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo” (Mt 4,23)