4º Domingo del Tiempo Ordinario
Sofonías 2,3; 3,12-13 Salmo 145 1 Cor 1,26-31 Mateo 5,1-12ª
Queridos hermanos, desde el pasado domingo, las lecturas de la palabra de Dios nos han introducido en el conocimiento de la vida pública de Jesús que anunciaba la conversión y la salvación, la buena noticia de Dios en medio de un pueblo que padecía la pobreza y el sufrimiento originados principalmente por dos situaciones: las explotaciones y vejámenes causados por los romanos que habían invadido desde hacía tiempo Palestina y las imposiciones de las instituciones religiosas y sociales del pueblo de Israel que habían optado por acomodarse al imperio dominante y beneficiarse económicamente de dicha situación. Es en este contexto donde muchos falsos mesías aparecieron ofreciendo toda clase de ofertas de salvación; además del surgimiento de líderes armados que generaban revueltas violentas que terminaban siendo ahogadas por las legiones romanas que a su paso dejaron innumerables muertos y devastaciones.
Ante estas situaciones de dolor, desconsuelo, engaño y violencia; Jesús toma las palabras del profeta y las integra a su mensaje con una fuerza especial; el cumplimiento de la promesa que el Señor ha hecho a los humildes: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor” (So 3,12). El tesoro precioso del reino de Dios no reposará en los poderosos que poseen todos los favores económicos y los honores de los demás. Dios ha querido nacer, vivir y recordar a través de la vida pública de Jesús que los pobres, los pequeños y los sufridos le pertenecen a Dios y son sus preferidos, su pueblo predilecto. Dios da sus favores eternos a los que para el mundo no valen nada porque no representan ningún beneficio económico, social o afectivo.
Como nos lo muestra Mateo, la meta del hombre de fe no está puesta en los bines terrenales, su mirada está en el cielo, donde esta Dios quien nos espera con los brazos abiertos en su reino eterno. Pero, de nada sirve que Dios tome esta iniciativa de salvación a favor de los pequeños, de nosotros, de los más necesitados si no creemos y acogemos firmemente la palabra, en el mensaje del Señor: “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 12ª)
El Señor nos invita en este domingo a acoger su palabra, su mensaje de salvación. En medio de esta sociedad que propone un estilo de vida que favorece a los que tienen o “aparentan” poder, prestigio y fama; el Señor nos llama a construir otro tipo de relaciones basadas en la humildad, la sencillez, el servicio, la generosidad propias de quien ha escuchado y acogido sus enseñanzas, de quien ha hecho de las bienaventuranzas su forma de vida, de quien ha reconocido que el poder , el dinero y la fama son efímeros porque el Señor, su amor y la salvación que nos ha traído son eternas y definitivas.
Pidamos la gracia poderosa de tomar en serio las palabras de Jesús que dan vida y orientan nuestro corazón hacia la humildad y la libertad de los hijos de Dios. Cualquiera de nosotros está llamado por Dios a la conversión que brota de la verdadera dicha que proclama Jesús, no hay excusa para cerrar el corazón y los oídos al llamado del Señor: “todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder” (1Cor 1,27)