CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Miqueas 5,1-4a    Salmo 89(79)      Hebreos 10,5-10       Lucas 1,39-45

Una de las frases que me ha llamado la atención es esta que escuché algún día de boca de un respetado señor: “No hay mujer más bella para ver y contemplar que aquella que está en embarazo”.  Me gusta la frase porque en ella se contienen varias realidades maravillosas y extraordinarias. Se quiere expresar la bendición que trae la nueva vida que se gesta en el vientre; se proclama con ella que la belleza no radica en el exterior sino en el interior de una madre que como María ha dicho Sí  al acto creador de Dios. Se quiere expresar la esperanza gozosa que se tiene porque en el vientre de la madre va creciendo una nueva vida y este hecho sobrepasa las situaciones de dificultad o tristeza surgidas, dando lugar a la felicidad y la alegría que solo provienen de Dios y de su inmenso amor reflejado en el nuevo ser. 
Hoy se sabe con claridad que el niño en el vientre no solo recibe el alimento, también recibe y percibe el afecto, el amor, la alegría y en ocasiones el desprecio y desamor que marcarán su vida para siempre.  Valga decir que es en el vientre donde se empieza a configurar la vida y la forma como los futuros jóvenes y ciudadanos tomarán  sus decisiones.  Podría decirse entonces que la alegría de la procreación, de la espera y del nacimiento deberían prolongarse hasta la vida adulta en la cual la madurez humana, afectiva y espiritual recibida de los padres y familiares se ve reflejada en actitudes y decisiones de respeto, cuidado a sí mismo, de  los demás y del entorno. En este sentido no se entiende como el silencio cómplice de familiares y allegados permite que jóvenes y adolescentes inicien de manera temprana relaciones sexuales irresponsables y carentes de sentido. "Jugando a ser grandes" y con una absoluta desfachatez, jóvenes y familiares llegan a considerar que la mejor forma de “solucionar el problema” de un embarazo no deseado es acudir al aborto, dejando de lado los principios y valores que deberían fundamentar la existencia y las decisiones que en ella se toman. Por lo anterior  y por todo lo que implica el cuidado de una personita que viene al mundo es que nadie puede pensar en abortar la esperanza y la bendición del que viene a este mundo. 
A muy pocos días de la conmemoración del nacimiento de Jesús el evangelio de hoy retrata el encuentro de dos mujeres embarazadas; mujeres que apoyadas en una fe inmensa en Dios aceptaron llevar en su vientre la esperanza, el amor que se hace realidad en los pequeños que cambiarán el curso de la historia, que iniciarían una nueva era en la que el servicio manifiesta los tiempos nuevos de  la nueva alianza: "…María se puso en camino y se fue de prisa a la montaña….entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel"( Lc 1,39-40). El último profeta del antiguo testamento confirma que ha llegado los tiempos nuevos de la salvación: " Porque en cuanto oí tu saludo, el niño empezó a dar saltos de alegría en mi seno" (Lc 1,44). Ha llegado el tiempo para creer en el poder y la acción del Dios fiel y misericordioso que ha querido quedarse en medio de nosotros haciéndose niño en el vientre de María; por ello, como Lucas, también nosotros podemos decir: " !Dichosa tú que has creído¡ Porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1,45).
Dios ha cumplido su promesa al hacerse hombre en Jesús, el niño pobre y humilde que esperamos recibir en esta navidad.  María e Isabel, como muchas mujeres virtuosas han dicho sí a la voluntad de Dios trayendo al mundo a  sus hijos sin pensar jamás en “deshacerse” del problema; más bien, han mostrado como el amor y la fidelidad pueden más que las dificultades y los problemas que puedan presentarse. 
Como el buen hombre que admira la belleza de la mujer embarazada, también nosotros admiramos la belleza y el valor de María;  como lo hizo Isabel,  nos alegramos porque el Mesías vendrá y vivirá en nuestra casa. Como María, proclamamos con nuestra vida a Dios como nuestro salvador, reconocemos que Jesús es el portador de la bendición de la vida,  que Él trae todas las demás bendiciones.
Pidámosle al Señor que nos ilumine y fortalezca con su Espíritu  para que podamos cumplir con su voluntad, para que llenos de alegría por el nacimiento del niño Jesús, defendamos la vida sin miedo ni temor. Que nuestras acciones reflejen el espíritu de la navidad para que confiados en Dios podamos proclamar: "Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado consagrados a Dios" (Hb 10,10).