Cuarto Domingo de Cuaresma

Josué 5,9a.10-12    Salmo 34 (33)   2 Corintios 5,17-21    Lucas 15,1-3.11-32

La cuaresma, como lo hemos escuchado muchas veces, es un camino, una oportunidad para que, a partir de la oración, el desprendimiento, la penitencia y las obras de misericordia, nos vayamos preparando para celebrar el sagrado triduo pascual. Tanto el evangelio del miércoles de ceniza como los evangelios de estos domingos de cuaresma nos han brindado una ruta muy segura para emprender y transitar por este camino nuevo que nos hará pasar de nuestra antigua condición de pecado a una nueva vida en la que la gracia y el amor de Dios se verán reflejados en nuestras palabras y acciones:  " De modo que si alguien vive en Cristo, es nueva creatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo" (2 Co 5,17). 

Durante la cuaresma, Dios nos da a conocer su amor, nos deja ver como su corazón  está lleno de caridad y compasión. El corazón y el amor de Dios son tan grandes que se ven reflejados en la misericordia que tiene para con sus hijos; este es el mensaje que nos trae hoy el Evangelio. Más que reflexionar y sacar enseñanzas, al escuchar el relato del "el evangelio de la misericordia"  como se le conoce a éste hermoso texto de Lucas,  la Iglesia nos invita a adentramos en el corazón mismo de Dios reconociendo que solo en él podemos encontrar la paz, la alegría, la tranquilidad que necesitamos. Dios, el padre bueno y misericordioso sufre con el horror que causa en nosotros el pecado y por eso siempre está listo a salir a nuestro encuentro: " Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y , profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos" (Lc 15 20 b).

Esta forma de proceder de Dios con sus hijos será proclamada y dada a conocer por el mismo Jesús que mostrará como Dios es un Padre bueno, generoso, misericordioso que perdona y ama a sus hijos sin importar como sean.  Esta manera de ver, entender y conocer a Dios cautivó a todos aquellos que tenían una imagen de Dios castigador, lejano de sus hijos. Para el Dios de Jesucristo, para nuestro padre bueno, no es posible el castigo o la venganza por los errores cometidos porque él conoce nuestra debilidad y espera confiado en que nuestras actitudes reflejen lo que él es: un Dios misericordioso.

El padre de la parábola deja sin piso cualquier actitud de venganza y orgullo por la falta causada al mostrar como  el amor, la misericordia y la compasión son más fuertes y duraderas que cualquier otra actitud. Es más, es tan grande el amor del padre misericordioso que  las palabras  que dirige a su hijo mayor: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo"(Lc 15,31)  sorprenden por su contenido lleno de caridad y lejano de cualquier reproche;  aun sabiendo que en el corazón de este joven es tan  duro  que  no puede aceptar este acontecimiento de reconciliación.


Mucho nos tiene que decir hoy a nosotros los colombianos este evangelio de la misericordia. Nos encontramos de camino hacia la anhelada paz; estamos viviendo procesos de reconciliación que siendo difíciles, debemos continuar porque nuestra meta esta puesta más allá de una simple firma. Frente a situaciones tan complejas como las que hemos vivido los colombianos  y que nos han herido de manera tan honda; los creyentes no podemos dejarnos vencer por el pesimismo, el orgullo o la venganza. Como el padre misericordioso, nuestras actitudes deben caracterizarse por el perdón, la reconciliación, la paz. Todos nosotros  estamos llamados a actuar, a  aportar lo mejor de sí para que este anhelo de los colombianos se lleve a buen término; por eso, la actitud para éste último tramo de la cuaresma no puede ser otra que la del hombre nuevo: “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo. (2 Cor, 5,17) al reconocer que “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5,18)

Llenos de fe en Dios, en el padre misericordioso, hagamos nuestras las palabras del salmista: “  Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias. (Sal 33,6-7)