Domingo 16 Del Tiempo Ordinario

Jeremías 23,1-6.    Salmo 23.    Efesios 2,13-18.    Marcos 6,30-34

Durante los últimos domingos la liturgia de la palabra  ha centrado su atención en la figura del Profeta.  Nos ha mostrado sus características, su misión, la forma como se da cumplimiento a través de ella al mandato del Padre. También nos ha dejado ver como la respuesta del pueblo al que hablan los profetas no es siempre la aceptación de su palabra; más bien, genera rechazo e incomprensión ante lo cual estos hombres elegido han mostrado que si se es fiel, se recibe la recompensa prometida por el Buen Dios.

En este décimo sexto domingo del tiempo ordinario, las lecturas evidencian la aparición de otros personajes tan importantes para  la Biblia como lo son  los profetas;  me refiero a los Pastores. En ellos se reconoce, además de los dones de anuncio del reino y denuncia de las injusticias (función de los profetas) su inmensa capacidad de liderazgo. Bastará recordar que el pueblo del Antiguo Testamento era en principio nómada, recorrían grandes extensiones de terreno acompañados por sus rebaños de ovejas, cabras, bueyes, etc. Confiados en la palabra de Dios, caminaban para alcanzar la tierra prometida y en su trasegar el cuidado  de los animales era considerado como un “trabajo especial” encomendado a una persona especial al considerar que en la abundancia y bienestar del rebaño se reconocía la bendición de Dios sobre el pueblo elegido.  La actitud del pastor evidenciaba su cercanía y conocimiento del rebaño  o el desconocimiento y lejanía de aquellos que tenía a su cargo.

Al llegar a este punto vemos  como algunas afirmaciones como las que hacía el profeta Jeremías "Ay de los pastores que extravían y dispersan el rebaño de mi pasto" (Jr 23,1)  eran comprendidas por todos. Es Dios el supremo  Pastor que fiel a su rebaño amonesta a los reyes y profetas del pueblo de Israel por no cuidar a su pueblo al haberles permitido caer en la idolatría y la iniquidad: "Vosotros habéis dispersado mi rebaño, lo habéis ahuyentado sin ocuparos de él" (Jr 23,2). Es en este contexto, como la promesa de Dios anunciada por los profetas cobra especial importancia. Dios promete un pastor diferente, fiel, que cuide, apaciente y reúna las ovejas dispersas, que les de esperanza y las proteja

En las lecturas del Nuevo testamento de éste domingo se muestra como Dios da cumplimiento a su promesa enviando a su hijo, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Como se afirma en la Carta a los Efesios al referirse a Jesucristo: "su venida ha traído la buena noticia de la paz" (Ef 2,17).  Como se evidencia en el relato de Marcos, Jesucristo es el pastor que cuida de su rebaño, que escucha todo lo que hicieron en su tarea misionera, que los cuida con especial aprecio y entrega: "Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco" (Mc 6,31). La amable acogida de Jesús recuerda la importancia de cuidar a los cercanos; podría afirmarse que la tarea más importante del  Pastor es velar, cuidar de aquellos a quienes el padre le ha encomendado, aquellos con quienes comparte la vida. Ahora, si los cercanos que nos ayudan están bien, podrán servir mejor y cumplir amablemente la misión con los lejanos. Las palabras de San Marcos son elocuentes al mostrar la actitud de Jesús cuando  desembarca y ve el gentío: "sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas" (Mc 6,34). Cuidar a los lejanos, sentir compasión por la multitud, detenerse a enseñarles con paciencia y amor, son expresiones fundamentales del Pastoreo de Dios, de la misión de Jesús.

Algo más hay que añadir: el pastor es un líder reconocido por el rebaño que  lo reconoce como  signo de esperanza, de apoyo, de consuelo; como el portador de la buena nueva, de la palabra amable y la actitud compasiva y misericordiosa. Cuántos “lideres”   actuales con aires de Mesías engañan y maltratan a sus comunidades; en vez de cuidarlos, “les quitan la lana” dejándolos con el frio de la soledad, el desamparo y la desesperanza.

Recordemos que todos de alguna manera somos pastores. Estamos llamados a cuidar de nuestras ovejas. Hemos de apacentar el rebaño que Dios nos ha confiado: familia, comunidad, amigos, equipo de trabajo, etc. De la forma como cumplamos la misión el buen Dios nos pedirá cuentas. Recuperemos  las actitudes del pastor según el corazón de Dios, hagamos realidad lo que anunciamos y celebramos cada Domingo en la Eucaristía; volvamos la mirada a los cercanos y también a los lejanos para que ellos descubran que en medio de las distintas circunstancias de la vida, la misericordia y bondad del Padre son reales porque nosotros, como Jesús, cuidamos  con ternura y amor nuestras ovejas.