Domingo 18º del Tiempo Ordinario
En la celebración de esta eucaristía dominical se juntan dos acontecimientos: el primero la fiesta de la transfiguración del Señor, fiesta rica en significado para nuestra fe; el segundo, el aniversario de fundación de nuestra querida ciudad Bogotá.
Como ciudadanos habitantes de la capital de la república sabemos el significado que tiene esta ciudad para el resto del país. Bogotá es la ciudad de todos, porque en ella ponen sus esperanzas todos los que llegan con ilusión provenientes de todos los lugares del país. En sus 1775 kilómetros cabemos todos los credos, culturas y opciones de vida. Los barrios albergan a más de ocho millones de personas, hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas que desarrollamos diferentes estilos y ritmos de vida. Dicen las estadísticas que en Bogotá en una hora nacen en promedio 14 niños y niñas, cada hora mueren 3 personas y llegan 2 personas más de las que se van. Ante esta realidad tan convulsionada y exigente, es natural que aparezcan multitud de problemas que no son comparables con otras ciudades de menor población y extensión.
Pero no todos los habitantes de la ciudad somos católicos o cristianos practicantes como nosotros; es por ello que necesariamente debemos preguntarnos: ¿cuál es nuestro papel como cristianos católicos en Bogotá? ¿Qué quiere Dios que hagamos en esta ciudad? ¿Es importante nuestra fe para el desarrollo de la capital? Veamos como la Palabra de Dios nos ilumina y ayuda a dar respuesta a éstos interrogantes.
Jesús toma a tres de sus amigos y los lleva a la cima de la montaña para mostrarles su divinidad. La presencia de las dos figuras más significativas del antiguo testamento: Moisés y Elías, además de confirmar que Jesús es el mesías esperado y anunciado en el Antiguo Testamento, evidencia la intención que tiene el Señor de mostrar que en él se hace realidad la divinidad y la humanidad y que por ello es posible colmar todas las expectativas del ser humano. La experiencia de la divinidad de Jesús es tan atrayente que el apóstol Pedro sugiere quedarse allí y no bajar a lo cotidiano. Pero la experiencia de la transfiguración va acompañada del mandato del Padre del cielo que es definitivo porque marcará la vida de todos los seguidores de su Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco, Escuchadlo”(Mt 17,5b)
¿Cómo responder entonces a las preguntas que nos hicimos a partir de este mensaje que nos deja Jesús en el Evangelio de Mateo? ¿Cuál es nuestro papel como cristianos católicos en Bogotá? ¿Qué quiere Dios que hagamos en esta ciudad? La respuesta no puede ser otra que la de ser testimonio de nuestra fe en medio de las actividades cotidianas de la vida. En palabras del papa Francisco, deberíamos ser “Cristianos callejeros”, hombres y mujeres que muestran el amor y la fraternidad de Jesús en todas sus relaciones, en todas sus actividades, en todos los espacios. Deberíamos mostrar la divinidad del maestro haciendo de esta ciudad un lugar más agradable en el que el respeto a las personas y las instituciones son el signo de un verdadero compromiso con la fe y con la construcción de un mundo mejor. Todos los que vivimos en nuestra agitada ciudad necesitamos tener esta experiencia de Dios que solo es posible a través de Jesucristo.
Como lo hizo Jesús con sus discípulos en la transfiguración; ahora estamos reunidos con él en la montaña, delante del altar para escuchar su palabra y participar de su presencia viva en la eucaristía. Estar siempre con el Señor no permitirá que caigamos en la rutina diaria, en el agite de la ciudad. Solo una sana espiritualidad, centrada en Jesús puede impedir que los problemas y agites de la ciudad nos desborden y nos consuman; al contrario, con él podemos dar respuestas claras desde el evangelio infundiendo alegría y entusiasmo a quienes han perdido el sentido de vida en medio de esta selva de concreto.
Los católicos llenos del Espíritu de Dios con nuestra vida y palabras estamos llamados a ofrecer una visión salvadora y redentora en esta ciudad de Dios. Comprometámonos con la recuperación de nuestra identidad de cristianos católicos, renovemos los compromisos que como bautizados asumimos: anunciar a Jesucristo como único salvador, mostrar que es posible construir un mundo mejor que solo es posible con la compañía de Dios.
Como los discípulos luego de la transfiguración del Señor, tenemos que bajar de la montaña luego de vivir esta experiencia profunda de fe, guardemos en el corazón la presencia salvadora de nuestro Dios que está transformando nuestra vida y tengamos la seguridad que también el Señor puede transformar nuestra ciudad renovando nuestra fe y nuestras familias.