DOMINGO 22 DEL TIEMPO ORDINARIO

Deuteronomio 4,1-2.6-8. Salmo 15. Santiago 1,17-18.21b-22.27. Marcos 7,1-8.14-15.21-23

Hace algunos domingos, reflexionando sobre el mensaje de la Palabra de Dios nos preguntábamos: ¿Cuál es la voluntad de Dios sobre mí?. Y decíamos que lo que Dios quiere es que seamos felices, que construyamos el reino de amor, paz y justicia en medio de nosotros.

Parece ser que, a pesar de saber que el Buen Dios nos acompaña en el cumplimiento de la misión; en ocasiones nos sentimos “confundidos", no sabemos “qué pensar” ni “cómo actuar"; hasta llegamos hasta preguntarnos: ¿por qué actuamos de tal o cual manera si eso no lo queríamos hacer? o ¿por qué reaccionamos así?.Podría decir  que más de una vez hemos quedado sin respuestas cuando otros o nosotros mismos nos preguntamos: ¿qué me pasó? .

Además de nuestras propias angustias interiores, en ocasiones somos víctimas de la crítica porque no cumplimos con la ley, con lo dispuesto, con lo establecido por quienes creen poder determinar el destino de nuestra vida. Somos juzgados por lo que hacemos y en muy pocas ocasiones nuestro mundo interior, los sentimientos y afectos  son tenidos en cuenta como motivaciones y razones suficientes para nuestro actuar. Constatamos que en nuestro corazón, en nuestros pensamientos y en nuestra conciencia explotan muchas realidades que ponen en evidencia lo frágiles y débiles que somos. Nuestras pasiones desordenadas e intereses egoístas no tienen una explicación en los comportamientos de los otros, ni tienen una justificación en los antepasados que, según algunos,  nos los han transmitido la maldad de generación en generación.

Hoy el Señor quiere que nos atrevamos a sumergirnos  en lo más profundo de nosotros mismos. Nos invita a llevar su palabra a lo más profundo de nuestro ser. Quiere que vayamos al interior, allí donde nacen las motivaciones más profundas, íntimas y personales; porque es ahí donde podemos reconocer con humildad lo que somos, lo que verdaderamente queremos y sentimos.

En este Domingo, la invitación del Buen Dios a través del Apóstol Santiago llama poderosamente la atención: "Acoged con mansedumbre la Palabra que, injertada en vosotros, tiene poder para salvaros" (St 18,21b). Seguramente quienes participamos de la eucaristía dominical hemos oído muchas veces el mensaje del Señor a través de su palabra; pero no lo hemos escuchado. Ante esta situación bien vale la pena preguntarnos: ¿llevamos a la práctica el mensaje que Dios nos envía?.¿Sembramos el mensaje en lo más profundo de nuestro corazón?.

La escucha de la palabra de Dios ha de producir en nosotros un dinamismo interior que nos puede transformar desde adentro, que nos impulsa a vivir como hermanos cumpliendo la voluntad de Dios. Quizá hoy, más que nunca, debamos asumir con mayor entusiasmo el mensaje del apóstolSantiago:"Poned, pues, en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (St 1,22).

Alintentar dar respuesta a los interrogantes planteados; tiene mucho sentido el mensaje del libro del Deuteronomio cuando afirma refiriéndose a los mandatos del Señor: "guardadlos y ponedlos en práctica; eso os hará sabios y sensatos ante los demás pueblos" (Dt 4,6).

Al acoger la Palabra del Señor como camino seguro para llevar una vida santa, Jesucristo en el Evangelio previene de un comportamiento destructivo que se encuba como un virus peligroso en todos los ambientes y de manera particular en los religiosos. Jesús es criticado por los fariseos y maestros de la ley  porque sus discípulos no cumplen con las tradiciones referentes al lavado ritual de las manos e implementos que usan para comer. Ante esto, el Señor traslada la discusión a lo verdaderamente importante:"nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre" (Mc 7,15).

En este domingo Dios nos invita a purificar el corazón a través de la escucha de la Palabra, nos llama a poner en práctica el mensaje que recibimos de él, nos exhorta a ser sensatos ante los demás mostrando ante los demás lo que hay en nuestro interior sin dejarnos afectar o manchar por lo que entra en nuestra vida, en nuestro corazón. Dios sabe que mucho de lo que hay en el corazón nos hace daño; por ello nos ha mostrado a través de Jesucristo su hijo, de su palabra y obra, que poseemos la capacidad de acoger lo bueno, lo que nos hace bien, es decir, la Palabra que da vida y que transforma, la Palabra vivificadora puede purificar nuestros comportamientos y dirigir nuestra vida actuando libremente y viviendo movidos por la fuerza de su amor.

Tenemos la oportunidad de sanear con su presencia amorosa todo lo que hay dentro de nosotros  para  vivir la fe y el amor que tanto anhelamos que hemos aprendido de la Iglesia Católica a la que amamos, seguimos y respetamos.