Domingo 23 Del Tiempo Ordinario
Para ninguno de nosotros es extraño sentir miedo, temor y dolor ante la violencia, el maltrato, el engaño, la falta de solidaridad y respeto presentes en la actualidad. Estos dramas personales y sociales nos cuestionan dejándonos sin palabras. No es menos cierto que en ocasiones ante estas situaciones “nos hacemos los sordos y desentendidos” mostrando indiferencia, apatía y hasta desprecio por quien sufre, por quien ha vivido situaciones tan dramáticas como ser víctima de la guerra, la persecución y la muerte se sus seres queridos. También quedamos ciegos, mudos y porque no decirlo, nos acobardamos ante esta realidad desconociendo el testimonio de personas que con valentía han asumido estas situaciones y han afrontado con fe y esperanza otras realidades como el aborto, la drogadicción, el alcoholismo, la dependencia. Algunas veces nos sentimos tan cansados y sin esperanza que preferimos cerrar nuestra boca y nuestros oídos a los otros. Tal vez porque estamos cansados de las falsas promesas que no vale la pena ni siquiera escuchar porque son palabras "que se las lleva el viento".
Es en este contexto, el de la realidad que vivimos los seres humanos día a día, en donde la Palabra de Dios irrumpe con toda su fuerza y su poder para alentarnos, guiarnos y consolarnos. El mensaje de la Primera Lectura tomada del Profeta Isaías es claro: "Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará.» (Isaías 35,4). Dios siempre es bueno, por eso en la Biblia todo aquello que podía entenderse como realidades "desgraciadas" que le quitan dignidad al hombre y le impiden relacionarse libremente solamente pueden ser destruidas por Dios. En Dios encontramos la fortaleza necesaria para asumir la realidad con fe y esperanza, confiados en su infinita misericordia. Bien lo recitamos en el Salmo 45: "El Señor: Sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente”
La Palabra del Padre Dios conocida y vivida con amor y confianza por el pueblo del Antiguo testamento; alcanza su mayor expresión en el mismo Jesús quien con su vida y mensaje nos llena de esperanza ante las situaciones difíciles de la vida. Quien se acerca a Jesucristo recibe siempre la buena noticia de Dios salvador que recupera totalmente a todo aquel que se siente extranjero y sin voz a causa de la acción del mal en su propia vida. Escuchamos en el Evangelio de Marcos: "Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (Mc 7,37). Con esta afirmación podemos constatar como en Jesucristo se ha cumplido la promesa de Isaías: "viene en persona a salvaros" (Is 35, 4 b); y de manera especial a los más pobres y necesitados de la sociedad. Las acciones de Jesús recuperan en cada uno y en el mundo la confianza en la misericordia del Padre bueno que aun cuando quedemos ciegos, sordos, cojos y mudos, por la acción del maligno; por la gracia de su amor nos levanta y nos devuelve la vida.
En una sociedad de desvalidos y golpeados por muchas razones, el Señor cuenta con nosotros para que a través del testimonio expresado en acciones de bondad y misericordia, fijemos la atención en especial en los pequeños y los pobres. Fijar nuestros ojos y actuar prontamente con aquel que ha sido golpeado por injusticia, el dolor y el sufrimiento, confirma que acogemos totalmente la voluntad de Dios en nuestra vida porque: "¿no eligió Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?" (St 2,5)
Que el Buen Dios, padre de Jesús, nos ilumine y acompañe con su Espíritu de amor, para que, fortalecidos con su Palabra y con la Eucaristía podamos ser hombres y mujeres comprometidos con el más pobre, con el más débil, con el más necesitado. Que seamos portadores de esperanza y fe en medio de las dificultades que cada día seguirán apareciendo en nuestra vida y en la de quienes nos rodean.