Domingo 28 Del Tiempo Ordinario

Sabiduría 7,7-11.   Salmo 90.    Hebreos 4,12-13.    Marcos 10,17-30

El dinero es un tema que en el mundo de hoy determina muchas dimensiones de la vida. Estudios indican que, aunque parezca extraño, los índices de miseria han disminuido con relación a las situaciones de miseria absoluta de épocas anteriores; miseria que se manifestaba  en hambrunas, epidemias, analfabetismo y una escasa perspectiva de vida que no superaba los cuarenta años. Puede que cueste trabajo creerlo pero hay más riqueza hoy y más distribución de bienes y servicios que en otras épocas.

Sin embargo esto no quiere decir que la distribución de la riqueza en el mundo actual sea equitativa. La concentración del dinero sigue siendo propiedad  exclusiva de una minoría que posee la tierra, se apodera de los bancos y determina el rumbo de las naciones; en detrimento de las condiciones de otros que con inmensos esfuerzos logran sostenerse como miembros de la denominada  “clase media” y de aquellos que como héroes logran sobrevivir en medio de la pobreza absoluta en la cual ya no existe ni la esperanza.

Lo que si podemos decir con toda claridad es que la lucha por acumular dinero, riqueza y poder ha causado innumerables guerras, desgracias y divisiones que han dejado en evidencia el poco valor que tiene el ser humano y su dignidad. Esta ansia desmesurada de poder y de dinero, además de las dificultades descritas, evidencia en quienes toman las decisiones políticas y económicas de las naciones; la ausencia de criterios y principios que asumidos con sabiduría propendan por el bienestar de todos y en particular de los más necesitados. Quizá, nuestros dirigentes y nosotros mismos tengamos que hacer un alto en el camino y con humildad llevar a la mente y al corazón las palabras del libro de la sabiduría: "Rogué, y me fue dada la prudencia; supliqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría" (Sb 7,7)

En un mundo como el nuestro en el que el consumismo y el deseo por poseer riqueza y poder son evidentes; las palabras de Jesús a sus discípulos contadas por el Evangelista Marcos,  se configuran como un llamado de atención, como una invitación a retomar el horizonte de nuestra existencia como cristianos: la construcción del reino de Dios. Las palabras que Jesús le dice al joven rico del Evangelio de hoy: " ¡ Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!" (Mc 10,23) , puede también hacernos "fruncir el ceño"generando posiblemente decepción y desánimo al reconocer que para el hombre y la mujer de fe, para el auténtico cristiano católico,   lo más importante no es poseer riqueza o poner la confianza únicamente en el dinero creyendo que con ello alcanzará la felicidad y la realización plena.  No se trata entonces de dejar todo aquello que con mucho esfuerzo, honestidad y valentía hemos conseguido; se trata de determinar con claridad qué es lo realmente importante en nuestra vida y qué nos permitirá ir construyendo y alcanzando la felicidad en nuestra vida sabiendo que el dinero y la riqueza son solo un medio y no el fin para el cual fuimos creados; solo así podremos comprender las palabras de Jesús cuando nos dice: " Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a  los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios" (Mc 10,24).

El éxito de la vida está en permitirle hoy a Jesucristo que su palabra  "viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos" nos de la gracia de penetrar :"hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos" y nos ayude a discernir los pensamientos y las intenciones del corazón, para que frente a los bienes temporales, asumamos una actitud diferente en la cual éstos nos sirvan y sirvan a los más necesitados para mejorar las condiciones de vida.

Creer que a mayor cantidad de bienes podremos ser más felices y nos querrán más, siempre será pensar de manera muy desatinada. Pensar así nos llevará a ser muy infelices y a quedarnos solos. Únicamente la presencia amorosa del Señor al que hemos puesto como bien supremo, nos da lo indispensable, lo que verdaderamente cuenta para poseer los bienes supremos, invaluables que nunca se acaban: los bienes eternos.