Domingo Quince Del Tiempo Ordinario
Amós 7,12-15. Salmo 85. Efesios 1,3-14. Marcos 6,7-13
Continúa la Palabra de Dios de este domingo ofreciéndonos pistas sobre nuestra condición de profetas y la manera como debemos llevar a término nuestra misión profética. En este sentido, es importante tener claro que el anuncio de la buena noticia o la denuncia de las injusticia, funciones esenciales del profeta, deben ser siempre reconocidas como bendiciones de Dios que a través de los profetas da a conocer su voluntad para el hombre, voluntad que no es otra que la construcción del Reino en el cual el amor, la justicia y la paz son esenciales.
La acogida del mensaje del profeta por porte de la comunidad es signo del cumplimiento de la misión encomendada por Dios, de la esperanza instaurada por las palabras y obras de los profetas y de manera especial por el mismo Jesús. A través del mensaje anunciado se hace presente la salvación y se concreta de manera real y efectiva el proyecto humanizador que el Padre quiere para el Reino: "Así nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, seremos un himno de alabanza a su gloria" (Ef 1,12).
No sobra señalar que la respuesta de quien ha recibido el mensaje de los profetas y de Jesús no puede ser otra que el seguimiento a su palabra transformada en obras de amor y misericordia. El Señor cuenta con cada uno y sin importar nuestra ocupación o profesión, Él espera que trabajemos por la construcción del Reino desde el lugar en el que nos encontramos, en nuestra propia y particular condición de vida. No se requiere ser docto o estudioso de las “cosas divinas”; se necesita de humildad y entrega para reconocer que podemos ser continuadores de la obra que el mismo Dios ha instaurado en medio de nosotros. Bien lo afirma el profeta Amos en la lectura de hoy al referirse a la condición del profeta: "Yo no soy un profeta profesional. Yo cuidaba bueyes y cultivaba higueras. Pero el Señor me agarró y me hizo dejar el rebaño diciendo: -ve a profetizar a mi pueblo, Israel- " (Am 7,14-15).
Ser profeta constituye una gran responsabilidad. Dios nos ha elegido y cuenta con nosotros porque hemos sido testigos del amor y la misericordia que compartimos y transmitimos como una bendición; sin embargo, en ocasiones podemos desvirtuar la misión encomendada por Dios. Podemos opacar nuestra misión a causa del egoísmo, el interés particular y tantas otras acciones y actitudes que nos alejan de Dios. Fácilmente podemos caer en la tentación de manipular el mensaje del Señor y acomodarlo tanto a nuestras obstinaciones caprichosas dejando que nuestra vida deje de ser un himno de alabanza para la gloria de Dios, para convertirnos como en un ventarrón cargado de pesimismo, desesperanza y dolor.
No olvidemos que los profetas han pasado por situaciones similares y han podido salir de ellas acudiendo a la Palabra de Dios, al Mensaje del Señor Jesús, a la compañía de otros profetas, hombres y mujeres de fe que hombro a hombro han caminado con ellos evangelizando, animándolos y anunciando con ellos el Reino con un poder indescriptible e inimaginable. Nos dice hoy Marcos en el Evangelio: "...comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos" (Mc 6,7). Es en este sentido como el Papa Francisco, en la visita a Quito el 7 de julio dijo en su homilía: "La evangelización no consiste en hacer proselitismo, evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, acercarse humildemente a los que se sienten lejos de la Iglesia".
Recordemos: el profeta es un evangelizador que transforma el mundo por su experiencia de apoyo en el hermano, por la fraternidad y el amor verdadero que son capaces de destruir todo lo que hace inmundo al hombre y al mundo.Según Marcos, hay una insistencia más para el profeta-evangelizador: "les ordenó que no tomarán nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en la faja" (Mc 6,8). La fuerza del anuncio profético no depende de nuestras seguridades. La proclamación y obra del profeta pone todas sus seguridades en la fuerza del envío que Dios le hace, eso será suficiente para cumplir la misión. Además, el profeta, como todo enviado de Dios, no pone su esperanza en las cosas ni en los hombres: "Si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudid el polvo de la planta de vuestros pies..." (Mc 6,11).El profeta no guarda rencor, deja atrás cualquier ofensa o desaire frente al rechazo. No maldice, ni invoca calamidades sobre aquellos que no creen o piensan distinto; es un hombre de fe y esperanza que pone toda su confianza en Dios, en quien lo ha enviado.
Concluyamos: todos los bautizados y todos los que participamos de manera cercana en la vida de la Iglesia, aceptamos la llamada de Dios ser Profetas-evangelizadores en la familia, en el barrio, en el Colegio y universidad. Estamos llamados a ser portadores de esperanza en lo cotidiano de la vida, en las relaciones que establecemos con otros a quienes debemos considerar como hermanos. En lo cotidiano de la vida marchemos en nombre del Señor a predicar la conversión, a expulsar muchos demonios y a curar a muchos enfermos. Somos himnos de alabanza para gloria de Dios.