Segundo Domingo de Pascua
Hechos 2,42-47 Salmo 118 1 Pedro 1,3-9 Juan 20,19-31
Queridos hermanos. Hace apenas una semana nos reuníamos para celebrar la Pascua, la resurrección del Señor. Como comunidad festejamos el acontecimiento más importante para nuestra fe cristiana y católica; y es precisamente este signo, el de la unión de los creyentes que reunidos experimentaron al Señor vivo en medio de ellos. Los textos de hoy y los que se nos proponen en este tiempo de Pascua son muy llamativos e importantes puesto que han servido a los creyentes de todos los tiempos y ahora nos ayudan a nosotros a vivir una experiencia propia con el resucitado, experiencia que nos permitirá exclamar con alegría y convencimiento: “Señor mío y Dios mío” (Hch 20,28). , tal como lo hizo Tomás cuando estaba reunido con los discípulos.
Nunca los evangelios disfrazan lo que suscitó en los discípulos de Jesús, en la comunidad de sus seguidores la experiencia de la pasión, muerte y resurrección de su Maestro. San Juan por ejemplo, lo describe así: “estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los Judíos” (Jn 20,19). Había en ellos miedo, sin embargo, el texto resalta la acción del Espíritu de Dios sobre aquel grupo que reunido y con las puertas cerradas, no puede impedir que Jesús se haga presente en medio de ellos. Esto es muy importante, no es que los discípulos se hayan puesto de acuerdo “a puerta cerrada” para inventar que Jesús estaba vivo; por el contrario, independiente de su intranquilidad, miedo o duda; los discípulos viven la experiencia de la presencia de Jesús resucitado; el Señor irrumpe, les da paz y su Espíritu (su presencia) para mostrarse tal como es, para confirmar con su presencia que la donación hecha cobra su verdadero sentido en medio de esta, su primera comunidad que será fortalecida con el regalo del Espíritu Santo que los acompañará y guiará en la misión que se les encomendará.
La manera cómo se relacionarán los creyentes en la comunidad será vital para entender la nueva presencia del Señor resucitado; así lo atestigua la primer lectura de hoy: “los hermanos perseveraban…Todos los creyentes vivían unidos…Unánimes y constantes, acudían diariamente al templo…”. Sin lugar a dudas, los hermanos reunidos, ayudándose, apoyándose, hacen evidente está nueva manera de estar Jesús en medio de la comunidad. No hay que olvidar algo que es muy importante: “para quien no tenga la experiencia de la resurrección vivida en comunidad todo acerca de Jesús suena extraño y misterioso”; de manera especial el hecho de que Jesús haya “vuelto de la muerte”; estos hombres y mujeres exigirán ver para creer olvidándose del mensaje que el mismo Jesús nos da en el Evangelio de Juan: “Dichosos los que creen sin haber visto” Jn 20,29. Esta vivencia comunitaria de la fe suscita en los creyentes y no creyentes de todos los tiempos interrogantes que van aclarándose con la experiencia de fe en Jesús. La ruta que nos ofrece la palabra este domingo, está pensada precisamente para aquellos que no estuvimos con Jesús de la misma manera que los Apóstoles. El mensaje tiene una finalidad muy clara: “para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna” Jn 20,31
Creer en la resurrección no fue, ni es para los creyentes, la “memorización de un concepto” ni la capacidad discursiva que tiene que ver con la existencia forjada en las realidades diarias como el dolor, el miedo, la duda, la vida, la alegría, la esperanza, etc.; es justamente allí, en la vivencia de estas circunstancias donde el Dios de la vida se muestra , se da a conocer, se pone a nuestro lado para mostrarnos su admirable y amorosa soberanía: “a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva”(1P 1,3). Jesús vive en medio de nosotros, su proyecto es real y está en medio de todos; lo continúan aquellos que llenos del Espíritu de vida, creen por que viven una experiencia real con Jesús, una experiencia igual de legítima que los primeros creyentes. Tan real que veintiún siglos después de haber sucedido, se actualiza cada día para seguir iluminando y transformando el mundo.
Hagamos vivo el Espíritu del resucitado en medio de nosotros con actitudes de amor, caridad y fraternidad en nuestras comunidades, en nuestro hogar, en la familia, el barrio, en el lugar de trabajo. Que el buen Dios nos acompañe y nos guíe en esta nueva semana que hoy iniciamos.