Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Isaías 62,1-5. Salmo 95 1 Corintios 12,4-11 Juan 2,1-11
Para la gran mayoría de los colombianos han terminado las vacaciones y después del tiempo de descanso retomamos ahora nuestras labores cotidianas bien sea en el trabajo, el estudio y las diversas labores de las que nos ocupamos; algunos llaman a sus clientes, proveedores y colegas, otros recuperan sus rutinas deportivas y seguramente no habrá uno que otro que todavía se pregunta sobre qué va a hacer este año?. Tampoco es extraño escuchar a padres de familia que anhelan el inicio del año escolar porque ya no saben qué hacer con sus hijos en esta última etapa de vacaciones. En fin, en pocas palabras podemos decir que volvemos a la normalidad de la vida.
También en el tiempo ordinario que hemos iniciado en la liturgia de la Iglesia seguimos conmemorando los misterios de la fe. La liturgia nos ubica en el inicio del ministerio público de Jesús: "Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él" (Jn 2,11). Es muy interesante que en el inicio de su trabajo Jesús sea recordado por asistir con su madre y sus discípulos a una boda y es precisamente la comunidad del discípulo amado quien presentará desde el comienzo hasta el final del evangelio a Jesús realizando los signos del reino que hacen experimentar la alegría de un tiempo nuevo de un vino bueno: "Todo el mundo pone de primero el vino bueno y cuando ya está bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora"( Jn 2,10). Todo lo que realizará Jesucristo; sus palabras, acciones y por supuesto su hora gloriosa, es decir su pasión, muerte, resurrección y glorificación confirmarán que es el amado de Dios y que ha llevado a lo máximo la voluntad salvadora de su Padre.
Por eso entendemos como la invitación de María a los que servían en la boda tiene una intención más amplia al iniciar el ministerio y la vida pública de Jesús. La Virgen madre sabe que su hijo es el verdadero signo de salvación, por eso no duda en afirmar: "Hagan lo que él les diga" (Jn 2,5). Estas palabras de María bien pueden ser tomadas por nosotros los discípulos del Señor; de manera particular cuando experimentamos la pérdida de sentido de la vida por los problemas y dificultades que se nos presentan y que nunca dejarán de estar presentes en nuestra condición humana.
Hacer lo que el Señor nos diga, significa también dar cabida en nuestra vida a la acción del espíritu que actúa en nosotros, que nos impulsa y anima a poner al servicio de los demás los dones recibidos de Dios. Como se afirma en la Carta a los Corintios que hemos escuchado “Hay diversidad de dones pero un mismo espíritu, hay diversidad de ministerios pero un mismo Señor”. (1 Cor, 12,4). Esta acción del espíritu en nosotros nos permitirá mantener fija la mirada confiada al Señor que traerá calma, claridad y valor para continuar.
Que el Espíritu del Señor que siempre nos acompaña nos ilumine y guía para pensar y obrar de manera acertada siempre tratando de descubrir la voluntad de Dios en todo, de tal manera que llenos de confianza en el Señor, nuestra vida se convierta en un signo de solidaridad, misericordia para todo aquel que haya perdido la confianza y la alegría. Que las palabras de María lleguen a nuestro corazón y que lo que hagamos cada día sea testimonio de haber hecho lo que él, el Señor nos dijo.