SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Daniel 7,13 ss    Salmo 92.   Apocalipsis 1,5-8.    Juan 18,33b-37

Con la solemnidad que celebramos hoy la liturgia,  en una sinfonía majestuosa, ejecuta el acto final de la celebración de los misterios de la fe con un crescendo, proclamando a Jesucristo como: "el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos y el soberano de los reyes de la tierra" (Ap 1,5). Hay que recordar que la cultura bíblica se sirve de los acontecimientos más significativos de su tiempo, de aquello que expresaba el máximo poderío, la máxima ostentación de superioridad y poder; tal como ocurría con los  reyes, príncipes  y reinos; términos de los cuales se vale la Sagrada escritura  para referirse al proyecto del reino de Dios que llega a su máximo expresión en la persona de Jesucristo.

No es extraño que cuando nosotros los creyentes del siglo veintiuno, al  referimos a reyes y reinos, lo que inmediatamente nos viene a la cabeza es el glamour, el lujo y el mundo rosa de algunos países que aun mantienen sus monarquías de manera emblemática. Es más, si hoy les preguntamos a los niños y a los jóvenes sobre qué entienden o que  asocian a la palabra reino o rey, seguramente traerán a colación el mundo de la fantasía, de los cuentos donde los príncipes y las  princesas, las malvadas brujas y los dragones feroces  hacen de las suyas hasta que el príncipe, fruto de su heroísmo,  se casa con la princesa…y ¡ viven felices…y comen perdices¡¡¡ 

Por los textos de los evangelios sabemos que Jesús rechazó en su vida pública  que lo proclamaran como rey. Tal vez porque fue testigo del dolor de su pueblo, de lo que significaba que un reino invadiera a otro, llevándolo a la esclavitud, la pobreza, la violencia y el cambio de sus tradiciones. Entonces ¿qué sentido tiene celebrar la fiesta de Jesucristo rey del universo?. Precisamente esta fiesta cobra su verdadero y especial sentido al reconocer  que Jesucristo es Rey, no por lo ostentoso de su vida ni por el reconocimiento y alabanza recibida de sus súbditos. Jesús, es el portador de la verdad revelada por el Padre; él fue capaz  de expresar con su vida la soberanía que tenía el Padre amoroso sobre Él; y sabiendo que no iba a renunciar al acto definitivo con el cual reconocería a  Dios la soberanía sobre  todo,  por ello puede con libertad y claridad responderle  a Pilato: "Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37 b).

 Las primeras comunidades de creyentes guardaron en su corazón el verdadero sentido del auténtico rey: el que es capaz de dar la vida por su pueblo; reconocían que la autoridad de su rey no dependía de las armas, ni de su ejército;  sino del amor desbordado que tiene y expresa a sus hermanos con gestos de amor y misericordia. Su gloria no está en los aplausos y homenajes extravagantes que le haga su corte, sino en la capacidad de entrega y amor con las que vence a quienes quieren hacerle daño.  

Los  textos del nuevo testamento  dan cuenta que todas las acciones de Jesucristo  confirman la llegada del verdadero rey y de su reino, porque solo Jesucristo es capaz  de vencer  al mal en el terreno de la muerte, es el rey que da la vida por todos mostrando  que la cruz, el amor, la humildad son las mejores armas frente al reino de la muerte y la injusticia. Por eso no es extraño que  toda la Iglesia proclame a Jesús como  rey, como soberano del universo, porque  conociéndolo, amándolo y siguiéndolo tenemos lo necesario para que el Dios de la paz y del amor transforme nuestra vida y la sociedad, sometidas a las pasiones egoístas y perversas que dividen y deshumanizan. 


Es Jesús con su abandono humilde en las manos del Padre quien nos enseña con su reinado a proclamar la paz, la justicia, el servicio y la caridad como sus estandartes.  Así, entendiendo el verdadero significado del reinado de Jesucristo; también nosotros somos partícipes de él cuando participamos con fe y devoción  en los sacramentos y de manera especial en la Eucaristía  donde renovamos nuestra fe, donde escuchamos su palabra,  compartimos y comemos el pan eucarístico que nos renueva y alimenta para proclamar la verdad, el amor y la misericordia. Agradezcamos a Dios porque nos ha hecho partícipes de su Reino, porque al darnos a su Hijo amado Jesucristo nos ha sacado de la oscuridad y nos ha permitido vivir la vida como auténticos hijos suyos: "Al que nos  ama y nos liberó de nuestros pecados con su propia sangre, al que nos ha constituido en reino y nos ha hecho sacerdotes para Dios, su Padre, a él la gloria y el poder para siempre. Amén" (Ap 1, 5-6)