Tercer Domingo De Adviento

Isaías 61,1-2a.10-11   salmo Lc 1    Tesalonicenses 5,16-24    Juan 1,6-8.19-28

Para el pueblo de la Biblia eran muy importantes los profetas; algunos biblistas se refieren a una importante tradición profética en el caminar del pueblo de Israel. La presencia de los profetas en la historia de Israel se leyó como un signo, una señal de que ellos eran los enviados de Dios al pueblo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido" (Is 61,1). Ellos tenían una misión importante que cumplir: recordar el cumplimiento de las promesas salvadoras de Dios…  "Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61,1b-,2a).

Es el profeta el ungido del Señor, portador de buenas noticias, llamado a comunicar la alegría de las buenas noticias de Dios y a prevenir de todo lo que no provenga de Dios: " Guardaos de toda forma de maldad" (Ts. 5,22).

Pero hay una característica especial del profeta, que la figura potente de Juan el Bautista presenta: "yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia" (Jn 1,27-27). Juan anuncia dónde está Dios, pero no se cree el Mesías. Muestra el camino de Aquel que  con su vida, sus palabras, sus acciones proféticas, va a ser el cumplimiento pleno de las promesas divinas: Jesucristo. Si cualquier profeta del antiguo testamento había hecho cosas magníficas en nombre de Dios, Dios mismo ahora realizará todo lo que prometió en su enviado Jesús, es ésta la certeza de Juan el Bautista, último profeta del antiguo testamento.

Aún la institución profética continúa en cada uno de los que hemos recibido el bautismo; también el Espíritu de Dios está sobre cada uno de nosotros para que comuniquemos la alegría de las promesas cumplidas en Jesucristo, el Dios con nosotros. Aunque este tiempo es de muchas luces y de mucha fiesta, no hay que engañarse; si no anunciamos a Jesucristo, la sensación de dolor, frustración y muerte crecerá en el corazón. En este tercer domingo de adviento hay una invitación de Dios en su Palabra para alegrarnos, pero alegrarnos verdaderamente por las razones que causan el gozo: la presencia de Jesucristo salvador en medio de nosotros.

Vivamos con gozo esta semana, siendo profetas de la esperanza en un mundo sin sabor. No pretendamos ser, ni comportarnos como "mesías", a ejemplo de Juan el Bautista, que fue realmente un profeta admirable. Por más capacidades y liderazgo que tengamos en la familia, en la oficina, en la comunidad, sustraigámonos de cualquier aclamación que nos postule como tal; si lo hizo Jesucristo, el verdadero Mesías, ¿cómo no lo vamos a hacer sus seguidores?