Tercer Domingo De Cuaresma

Éxodo 3,1-8a.13-15   Salmo  103   1 Co 10,1-6.10-12    Lucas 13,1-9

En este tercer domingo de cuaresma, a partir del mensaje que nos trae hoy la palabra de Dios; quisiera centrar mi reflexión y mi oración invitándolos a todos a tener en cuenta el sentido que le otorgamos a los acontecimientos que catalogamos como tragedias o desgracias en nuestra vida. En ocasiones, nuestra actitud ante muchos acontecimientos inesperados y perjudiciales, se encamina a “echarle la culpa” a otros y en el peor de los casos a Dios. En ocasiones se ha llegado a afirmar que las tragedias o desgracias son un “castigo de Dios” por lo que hacemos o dejamos de hacer.

En el tiempo de Jesús acontecimientos como tragedias, muertes y accidentes estaban acompañados de esta versión perversa y justiciera: "si les sucedió era porque se lo merecían" o "esto les sucedió como consecuencia de algo malo que hicieron ellos o sus antepasados".  Ante esta comprensión de la realidad, Jesús  reacciona y cuestiona a aquellos que justifican como castigo divino el sufrimiento causado por las tragedias mostrándoles que no todos pueden ser juzgados por los pecados de unos pocos; invitándoles además a cambiar su forma de actuar y proceder: "os digo que no; más aún, si no os convertís, también vosotros pereceréis del mismo modo" (Lc 13,3) . Además, Jesús nos indica como las tragedias, injusticias y masacres que causan mucho daño a los seres humanos, no se pueden  justificar por motivos ideológicos o religiosos; por contrario, estos acontecimientos “desastrosos” pueden ser entendidos también como una oportunidad para mover el corazón y la voluntad del hombre  hacia la compasión, la reflexión y definitivamente la conversión.

Por lo anterior, es muy interesante ver  cómo Jesucristo reacciona frente a las dos situaciones que nos narra San Lucas.  La primera, el asesinato de un grupo de Galileos por parte de Pilatos; ( representante del imperio romano) estos hombres fueron  asesinados por realizar prácticas sacrificiales ilegales. La segunda situación hace referencia al desplome de una torre donde mueren dieciocho personas.  Seguramente los dos hechos dieron de qué hablar en la Galilea del tiempo de Jesús y por lo que narra el evangelio,  también la interpretación que los paisanos de Jesús hicieron de lo sucedido dio para que el Maestro se pronunciara mostrándoles como no todo lo que ocurre es fruto del castigo o la venganza de Dios.

Ahora se comprende por qué la actitud misericordiosa y compasiva de Dios expresada en la parábola se constituye para nosotros los cristianos católicos como una invitación es este tiempo de cuaresma. No se debe adjudicar a Dios las tragedias del mundo; por el contrario,  debemos reconocer que justamente en medio de las dificultades de la vida es cuando Él está del lado de los que sufren; un ejemplo de ello es el palabra que Dios da  Moisés en el desierto: "Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: "Yo soy" me envía a vosotros" (Ex 3,14). Dios no busca la  tragedia humana; él acompaña a su pueblo, lo alienta y libera.

La actitud de fe de quien vive este tiempo de cuaresma como una oportunidad para la conversión, está anclada en la certeza de que Dios es paciente y espera siempre que demos frutos como la higuera estéril del evangelio. El dueño de la viña frente a la higuera que ocupa campo sin resultado pierde la paciencia y reacciona intentándola arrancar; sin embargo;  el viñador quien cultiva y mantiene la viña, guarda  siempre esperanza de que algún día de frutos. Como el viñador, no debemos perder  la esperanza  y la fe frente a ciertos comportamientos, actitudes y palabras  estériles de parte de nuestros seres queridos, amigos y compañeros. Como el viñador y como el mismo Jesús nos lo enseña, tendremos que armarnos de paciencia confiando siempre en que, aunque los cambios que deseamos en nosotros mismos y en los otros son lentos, siempre estaremos acompañados de la fuerza del Espíritu de Dios que nos anima a continuar por el camino de la conversión, la fe, la esperanza y la caridad.

La palabra de Dios de éste tercer domingo nos invita a volver la mirada sobre nuestra forma de actuar intentando descubrir en ella la misericordia de Dios. De ninguna manera la debilidad del hermano puede hacer que nos vanagloriemos por la fortuna que tenemos al no vivir  las experiencias amargas de dolor o de pecado que otros experimentan en su propia vida. Lo que sucede en el mundo, en nuestro País y a nuestro alrededor nos llama a estar atentos, a no desfallecer, a vivir la vida de forma  prudente y moderada teniendo  cuidado con lo que hacemos, decimos o dejamos de hacer;  así lo proclama la segunda lectura: "Así pues, quien presuma de mantenerse en pie, tenga cuidado de no caer" (1 Co 10,12)

Pidamos a María, madre de misericordia, que nos acompañe en esta semana para saber consolar a quienes viven el dolor y el sufrimiento causado por las tragedias o el pecado. Que  nosotros podamos mostrarles con hechos al Dios bueno y misericordioso que siempre nos acompaña y que quiere estar cerca de los que sufren, de los necesitados.