Domingo 16º del Tiempo Ordinario

No es desconocido para nosotros los colombianos observar y presenciar el fenómeno del desplazamiento y la movilización de muchos hermanos campesinos hacia los centros urbanos. Sin lugar a dudas, esta situación se constituye como un verdadero problema personal, familiar y social; no debe ser nada fácil para estas personas salir de su tierra y emprender un camino nuevo lleno de incertidumbres y desesperanza. Este  fenómeno  ha generado consecuencias como  la ruptura de las tradiciones culturales, la separación de las familias, el aumento de  la pobreza y sinnúmero de problemas sociales derivados . Tanto para aquel que desea abrir nuevas perspectivas en otro sitio como para aquel que debe huir a causa de la guerra y la violencia e iniciar un peregrinar interminable y desesperanzador; la vulnerabilidad de su condición de forastero lo hace frágil y propenso a la violación de sus derechos 

Las lecturas de este domingo nos recuerdan que todos somos peregrinos y al fin de cuentas forasteros en este mundo. El pueblo de la biblia vivió casi siempre como peregrino en tierra extraña; sin embargo, tenían una certeza: Dios los acompañaba siempre. Sin importar el lugar en el que habitaran, nunca se sintieron forasteros, la identidad de su pueblo estaba dada por la cercanía, por la compañía de Dios quien los fortalecía y acompañaba siempre; esto lo recoge muy bien el relato del libro del Génesis al mostrar como Abraham, el primero que sale de su tierra para heredar la promesa de la tierra, es visitado por Dios en su tienda. La reacción de Abraham se constituye como el modelo para todo aquel que es peregrino y para todo aquel que busca a Dios: "En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y, postrándose en tierra, dijo: Mi Señor; por favor; te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo" (Gn 18,2-3). 

Ahondemos un poco más en éste mensaje. Tampoco es extraño para nosotros que en ocasiones, aun estando en nuestra propia tierra con nuestros seres queridos y amigos; llegamos a experimentar en nuestra vida cierta sensación de soledad, de amargura, nos sentimos extranjeros, no nos comprendemos aunque  hablamos el mismo lenguaje;  pareciera que nuestras relaciones marcadas por la violencia, el orgullo y la superficialidad nos hacen desconocidos para los otros y para nosotros mismos. Permanecemos en un activismo desbordado de tal forma que se nos pasa el día y aún más triste,  se nos pasa la vida llegando al anochecer y al ocaso de la vida con la sensación de vacío  y sin sentido.  Constatamos definitivamente que somos peregrinos y nos olvidamos de Dios quien nos da la certeza de la paz, la tranquilidad y la esperanza de la que adolecemos.


 El reconocimiento de la presencia de  Dios en nuestra vida permite transformar nuestras acciones violentas e indiferentes en actitudes de misericordia, paz, compasión y solidaridad con aquellos que como nosotros, peregrinan caminantes hacia en encuentro con Dios.

Es en este sentido como el Evangelio de Lucas que hemos escuchado nos muestra las dos actitudes que hemos señalado representadas en Martha y María, las amigas del Señor.  En Martha encontramos al peregrino que no ha descubierto que es lo más importante para la vida al poner la confianza y la atención en otras cosas y situaciones distintas a la atención que debería haber prestado a su Señor. 

La actitud de María es totalmente distinta, en sus acciones encontramos el ejemplo de respuesta del discípulo a su maestro: servicio, entrega y atención que  le permitirá  recuperar la paz y la armonía que debe caracterizar al peregrino, al seguidor de Jesús:  "…sentada a los pies del Señor; escuchaba su palabra" (Lc 10,39). Tal vez las palabras del Maestro a Marta pueden servirnos para reflexionar sobre lo que somos y lo que hacemos; pueden ser útiles  para recuperar la tranquilidad, la paz y la armonía que tanto deseamos y buscamos en el caminar de nuestra vida: "Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria" (Lc 10,41). 

Somos peregrinos, si, realmente estamos de paso por esta vida que hemos recibido por la misericordia de Dios; pero nuestro peregrinar está cargado de sentido, de fe, de esperanza, del amor que hemos recibido del Padre por Jesús. No estamos solos en nuestro caminar; nos acompaña el Espíritu de Dios, nuestros familiares, amigos y compañeros a quienes como María, estamos llamados a servir y a escuchar. Hagamos nuestro el llamado de Jesús a Martha: “no andes inquieto y preocupado por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria”. 

Hagamos vida las enseñanzas de Jesús. Asumamos compromisos concretos ante quienes, por la situación de nuestra nación, peregrinan sin sentido ni destino, en nuestras ciudades y poblaciones.  Contribuyamos a la acción que la Iglesia hace con los desplazados y migrantes con acciones concretas que en verdad los beneficien. Que Nuestra Señora del Carmen, interceda por nosotros y nos acompañe en el caminar hacia el Padre.