Domingo 21º del Tiempo Ordinario
En la historia de la humanidad encontramos múltiples y variados ejemplos en los que distintas culturas han lesionado seriamente la dignidad humana llegando incluso a situaciones consideradas como barbaries del hombre contra el hombre. En este contexto no es extraño encontrar algunas corrientes filosóficas y pedagógicas que se han ocupado de mostrar nuevos caminos y orientaciones para el rescate de dicha dignidad y para la educación de una sociedad en la cual la persona sea el centro por su ser, por su condición. Tampoco es extraño constatar que algunos sectores de la sociedad consideran que el esfuerzo, la dedicación, la corrección, la amonestación, la exigencia y hasta alguna dosis de sufrimiento son inconvenientes para la educación, para la formación, para el libre desarrollo de la personalidad.
Tal vez los sufrimientos que la vida ha causado a algunas personas los ha llevado a pensar que se trata de evitar a toda costa el sufrimiento, el dolor que pueda ser causado a una persona por los avatares de la vida. En ocasiones, estas personas han llegado a decir "no quiero que mis hijos sufran lo que yo sufrí y por eso les evitaré cualquier clase de dolor". Esta afirmación es muy legítima y muestra un gran deseo por cuidar y dar todo por amor a los seres queridos; sin embargo, es desacertado pensar que la disciplina, la responsabilidad y el aprender a servir dando un poco de ellos mismos, así les cueste, es negativo para su vida. No podemos desconocer que se requieren de estos principios para la formación y la educación de hombres y mujeres de bien que para nuestro caso, el de los católicos, encuentran en el ejemplo de Jesús y en el testimonio de la Iglesia los valores y principios que se requieren para vivir de la mejor manera posible.
Es realmente desacertado pensar en tomar el camino “fácil”, pasar por la puerta ancha en la cual se trata de evitar cualquier tipo de dolor, esfuerzo, sufrimiento y compromiso; so pretexto de que éstos no son necesarios para alcanzar la felicidad. Dicho de otra forma, podríamos pensar y constatar que se requiere del testimonio, de las palabras y las obras de tantos hombres y mujeres de fe que pueden ayudar a otros a crecer; orientando a estas generaciones contemporáneas caracterizadas por vivir el momento, por escapar de las responsabilidades y obligaciones consigo mismo, sus familias y la sociedad.
Hoy la palabra de Dios nos pone de manifiesto que la formación, el acompañamiento, la educación y el verdadero amor, también tiene que ver con ayudar al otro a crecer: "Hijo mío, no desprecies las correcciones del Señor, ni te desalientes cuando él te reprenda" (Hb 12,5).Para los hombres y mujeres de fe, las dificultades y retos en la vida no son como una desgracia; al contrario, se deben asumir y entender como oportunidades que la vida nos da para dejarnos transformar por el Señor, para dejarnos moldear por un amor que es exigente porque quiere lo mejor para nosotros, porque busca a toda costa que seamos felices, que alcancemos la salvación que solo se alcanza en el encuentro cercano con el Padre a través del hermano.
Ante la pregunta que le hicieron a Jesús si: "¿son pocos los que se salvan? " (Lc 13,23), el Señor no da números exactos sobre los que se salvarán; al contrario, muestra como la voluntad permanente de parte de Dios es la de salvar a la humanidad, recordándoles además que no solo se trata de la voluntad de Dios sino también de la voluntad del hombre y de la mujer que quieren ser cada día más semejantes a Cristo: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán" (Lc 13,24).
Frente a la vida cómoda y relajada que ofrece el mundo contemporáneo donde se exalta de manera obsesionada y enfermiza la figura humana, el placer y toda clase de vicios que no permiten una adecuada formación y educación del ser humano; el Señor nos cuestiona poderosamente para que no nos “mundanizemos” buscando el camino más fácil, la puerta más ancha donde no existe ninguna dificultad, esfuerzo o sacrificio. Ante Él, ante el Señor, estamos llamados a rendir cuentas de nuestros actos, de nuestras responsabilidades y obligaciones, del esfuerzo y sacrificio que hayamos emprendido para ser mejores seres humanos, mejores hijos de Dios.
Estamos llamados a ser virtuosos no por miedo sino por convicción, por el amor que experimentamos hacia Dios, hacia los demás, hacia nosotros mismos. Estamos llamados a realizar sacrificios que ayuden a moderarnos y a manifestar que por Dios y por su Reino, vivimos, nos movemos y existimos.