Domingo 28º del Tiempo Ordinario

En este mundo que es considerado globalizado en el cual podemos compartir con diferentes personas y culturas; además de conocer  en tiempo real lo que sucede en todo el orbe, nos encontramos con situaciones y hechos que pueden ser considerados como paradójicos y por qué no decirlo, contradictorios. 

Hace apenas unos días el Santo Padre Francisco se reunió en Asís con los líderes religiosos del mundo para compartir un momento de oración a Dios pidiéndole por la paz de toda la humanidad; mientras esto ocurre, otras personas, consideran que la dimensión religiosa no es importante para la vida y que ella no debe tenerse en cuenta al momento de decidir lo que es realmente importante. En un primer momento, podríamos pensar que estas personas pueden ser  ateas, agnósticas o alejadas; y más que hacer un juicio sobre su condición, como cristianos deberíamos interrogarnos:  ¿por qué en un país de raíces católicas existe una resistencia tan fuerte a lo religioso?, si mucha gente busca a Dios: ¿ porqué en algunos sectores de opinión como políticos, magistrados e intelectuales inclusive, pretenden desconocer a Dios alejándolo de la realidad que vive nuestra nación? . O será que estas actitudes evidencian cierta incoherencia entre lo que decimos y hacemos quienes nos llamamos y profesamos como cristianos católicos?.  Deberíamos recordar que el mensaje salvador y sanador del Señor va dirigido a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que aceptan la voluntad de Dios en sus vidas.


Las lecturas proclamadas en este domingo van a recordar la decisión de Dios de salvar y sanar a todos, a los que lo conocen y a los que no lo conocen. En la primera lectura que hemos escuchado en esta eucaristía, se nos muestra como el profeta Eliseo cura de lepra a Naamán un extranjero que no conoce a Dios pero que al experimentar su favor y la gratuidad del profeta, descubre quién es el verdadero Dios; hecho que lo llevará a  proclamar: "Porque tu siervo no ofrecerá ya holocaustos y sacrificios a otros dioses fuera del Señor" (2 Re 5,17). Además del reconocimiento que Naamán hace sobre quien es el verdadero Dios y a quien debe adorar; la lectura nos muestra como el Profeta Eliseo, con su palabra y con su testimonio de vida permite que otros, que no conocen a Dios, puedan acercarse a él para así conocerlo y seguirlo.


Algo parecido a lo narrado en el segundo libro de los Reyes, ocurre también con Jesús  al encontrarse con los diez leprosos. Mientras que nueve de ellos acuden a presentarse al templo para incorporarse de nuevo al pueblo creyente de Israel; solo uno, el que no es judío sino Samaritano, es decir cismático, que no  pertenece al pueblo fiel de Israel, es el único capaz de devolverse y reconocer a Dios en Jesucristo. Los cuestionamientos que  Jesús expresa en el relato de Lucas, también podemos asumirlos como interrogantes que el Señor nos hace hoy:  ¿no quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Tan solo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero? (Lc 17,17). ¿Acaso Jesucristo no está cuestionándonos a los que venimos al templo pero no tenemos una relación agradecida con él?  Muchos de los que no vienen al templo  se cuestionan por nuestra dureza y forma inadecuada de vivir la fe y presentar las cosas de Dios; prueba de ello es que  algunas veces nosotros, los creyentes, nos sonrojamos cuando los que dicen no creer, evidencian con sus obras y sus palabras  actitudes  que manifiestan  la presencia de Dios en sus vidas, sin necesidad de proclamar a viva voz su creencia en el Dios de Jesucristo.


Que este encuentro tan intenso que tenemos con el Señor en la eucaristía del domingo, el Señor  nos fortalezca e ilumine para vivir con paciencia y amor con todos aquellos que están alejados de Dios mostrando con nuestra vida el amor, el perdón y la misericordia que anunciamos con nuestra palabra y que debemos confirmar con las actitudes cotidianas de la vida. Que no perdamos nuestra identidad como católicos que confían en la voluntad del Señor para que nuestras palabras y acciones evidencien el compromiso cristiano que hemos adquirido de tal forma que como comunidad construyamos el reino de Dios y así, renovemos la importancia y el significado de tener en cuenta a Dios en todos los ámbitos de la vida.