Domingo 31º de Tiempo Ordinario
En la actualidad, y en los diferentes momentos de nuestra historia personal, familiar y social, surgen diferentes realidades que despiertan ciertas sensibilidades y generan en nosotros toda clase de sentimientos y reflexiones que nos permiten discutir y tomar posición ante la realidad que nos circunda y nos afecta por las acciones que van en contra de nuestros valores, principios y bienestar; acciones que podríamos denominar como “malvadas” porque intencionalmente lesionan profundamente al ser humano. Al hablar por ejemplo de la reforma tributaria o del proceso de paz; varias son las posiciones y discusiones que en ocasiones llevan incluso a manifestaciones de molestia y desacuerdo expresadas en actitudes y palabras que poco contribuyen a alcanzar el propósito que se ha establecido. Claro está que esta predicación no va a ahondar en éstos temas; busca que, iluminados por la Palabra del Señor resucitado, podamos identificar algunos criterios de acción frente a la realidad en la que vivimos; sin olvidar el telón de fondo del mensaje de la Palabra de este domingo: ¿qué actitud debemos tomar ante las acciones del malvado?.
Sin lugar a duda, como lo he indicado, uno de los temas que más nos cuestiona tiene que ver con las acciones del malvado, de aquel que comete un crimen, un delito o realiza algo que no está bien porque va en contra del ser humano. Un vistazo por la historia de nuestra cultura nos permite evidenciar que la solución frente a las acciones del malvado tienen que ver con el pago del daño que éste ha ocasionado llegando inclusive a resarcir su falta con la propia vida.
Aun en las conversaciones cotidianas, nuestras posiciones frente al que hace un daño muy grave son muy variadas. Algunos sugieren que el malvado debería desaparecer tras las rejas; otros, proponen un castigo más severo llegando inclusive a la pena de muerte como castigo a los males hechos. Como cristianos, además de reclamar la justicia para el infractor, para el malvado; debería preocuparnos la situación y el dolor de quien ha sido afectado por éstas acciones; debería inquietarnos las actitudes de venganza que en ocasiones los mismos cristianos proponemos y hacemos como respuesta al dolor ocasionados por tantos hombres y mujeres que procuran el mal, la violencia, la agresión. En ningún caso podemos olvidar que somos la comunidad del Señor resucitado, que a través de la oración, el acompañamiento y la prudencia fraternal podemos iniciar y llevar a buen término los procesos de sanación, de curación y reconciliación entre todos.
También los creyentes de todos los tiempos le han preguntado a Dios sobre estos temas que hemos planteado; prueba de ello es el relato tomado del libro de la sabiduría que hemos escuchado en la primera lectura. Para los amigos de Dios la pregunta es inquietante: ¿qué haces tú con el malvado? ¿Cómo lo vas a castigar?. Por supuesto, la pregunta surge de nuestra inclinación, de nuestro deseo porque Dios actúe como nosotros quisiéramos y no como él lo haría; prueba de ellos es este hermoso relato: : "Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado" (Sb 11,23). Como es evidente, el amor de Dios es tan grande que no admite la venganza porque para él prima la vida, el amor, la misericordia. No hay manera que Dios se “enrede” con el mal que nos destruye porque en ocasiones permitimos que habite en nuestro corazón. De Dios solo brota la vida que salva y transforma: "Pero tú eres indulgente con todas las cosas, amigo de la vida porque son tuyas Señor" (Sb 11,26)
Como a Zaqueo en el evangelio, el mal nos atrapa, nos hace pequeños; aún llenos de posibilidades y futuro nos encierra en nuestras limitaciones; por eso es necesario tomar la decisión elevarnos como Zaqueo y tratar de ver a Jesús que pasa a nuestro lado. No hay otra manera de entender el poder transformador que tiene Jesús sobre el malvado, sino aceptando la invitación que le hizo a Zaqueo y que sigue haciéndonos a nosotros hoy: "Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa" (Lc 19,5 ). La respuesta de Dios al malvado es el amor, la misericordia, la bondad que arranca el mal del corazón de todos, incluso del más malvado. Porque si permitimos que " el nombre del Señor sea glorificado" en nosotros, seremos transformados y convertidos hasta el punto de reparar los daños que hemos hecho: "Mira Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más" (Lc 19,8)
Fortalecidos con la Palabra de Dios y con el cuerpo de Cristo que hemos recibido en esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos de la fuerza necesaria para denunciar al malvado, también para perdonarlo; que el Señor nos ayude a borrar los deseos de venganza que en ocasiones se apoderan de nosotros para transformarlos en acciones y palabras que construyan vida y hagan realidad el reino de Dios incluso en aquellos lugares donde el mensaje del Señor no se ha hecho realidad.