EL CUERPO Y LA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
No me cansaré de insistir en estas reflexiones que comparto con ustedes los domingos, sobre la importancia que tiene para los católicos la práctica y vivencia de los sacramentos y de las obras de piedad y misericordia; acompañadas siempre de la oración. Me sorprende y me alegra de manera especial saber que muchas personas destinan momentos del día para estar a solas delante del santísimo sacramento. Con actitud humilde y sencilla, en silencio adorador comparten la vida con Jesús Eucaristía poniendo en sus manos no solo la propia vida sino la de aquellos conocidos y desconocidos que en ocasiones piden ser encomendados en sus oraciones. Se, por la experiencia y por tantos testimonios recibidos, que el encuentro personal con Jesús en la Eucaristía posibilita un cambio radical en la vida porque al “estar con él” se transforma nuestra manera de ser y de pensar llegando a parecerse cada vez más a la de Jesús. Por eso es motivo de alegría celebrar en este domingo la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo o Corpus Christi como se le conoce comúnmente.
Esta solemnidad es muy importante para nosotros porque reconocemos y afirmamos con certeza que Jesús está presente de manera real en las especies de pan y vino. Es el mismo Jesucristo que ha querido permanecer en medio de su comunidad de esta manera: " Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en conmemoración mía…Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; cuantas veces bebáis de él, hacedlo en memoria mía" (1 Co 11,25). Jesús quiere que lo hagamos presente no para evocar sus "grandes hazañas" o para que le rindamos "honores y glorias". Jesús no quiere ser vanidoso ni presumido; al contrario, quiere que lo hagamos presente en el servicio que prestamos al Reino de su Padre, de manera humilde y sencilla como las especies del pan y el vino, Jesús nos invita a hacerlo presente en medio de los más débiles y necesitados compartiendo la experiencia fraterna de la salvación.
Celebrar la Eucaristía y adorar a Jesucristo que se hace presente de forma real en el pan y el vino implica comprometerse hasta la entrega como él lo hizo cuando se dio como alimento verdadero por todos. El Evangelio de Lucas da testimonio de ello: ante la falta de fe y compromiso de sus discípulos frente a la muchedumbre hambrienta que estaba en despoblado escuchándolo, el Señor replica: "dadles vosotros de comer" (Lc 9,13); frente a la multitud imposible de atender con cinco panes y dos peces, el Señor responde: "mándenles que se sienten por grupos de cincuenta" (Lc 9,14). Vivir y pensar como Jesús significa comprometerse y organizarse, sabiendo que aunque los retos de la vida nos desbordan y parecen imposibles de cumplir, el Padre del cielo nunca abandona a quienes se confían a él: "Luego, Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente" (Lc 916).
Lo que esta vez nos importa resaltar es que cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía alrededor del altar, estamos reconociendo que es el mismo Jesús quien nos convoca, nos llama, nos invita a compartir con él y con los demás la misión recibida del Padre: amarnos hasta entregar la vida por los demás. Con su presencia amorosa en la Eucaristía nos alimenta y conforta, nos fortalece ante las dificultades, nos llena de entusiasmo para seguir construyendo un mundo en el que la entrega y el sacrificio son signos de amor y solidaridad entre nosotros. Destinemos más tiempo para alimentarnos de la Eucaristía, somos ahora esa muchedumbre hambrienta que necesita de Jesús para continuar la marcha en la construcción de una sociedad reconciliada, justa y fraterna.
No nos olvidemos de orar delante de él, delante del santísimo sacramento de la Eucaristía.