SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

¿Qué estamos celebrando  cuando decimos que Jesús subió a lo más alto del cielo? Es muy común encontrar en las escenas de los textos bíblicos y  pinturas, la descripción de la Ascensión mostrando  la figura de Jesús elevándose por sí mismo hacia las nubes. Pero esta descripción no es suficiente, requiere que indaguemos más sobre lo que las primeras comunidades de cristianos quisieron expresar con los textos acerca de la ascensión del Señor a los cielos.

Para podernos aproximar  a este misterio es definitivo saber a qué nos referimos cuando hablamos del cielo o del paraíso. Tengamos claro que abordamos  verdades que van más allá de la historia y que las palabras nunca alcanzarán a definir perfectamente. Sin embargo la experiencia de fe transmitida en la Palabra de  Dios es de mucha ayuda para entender qué es el cielo. El cielo entonces tiene que ver con la familiaridad total de vivir con Dios en su casa; y es Jesús que con su muerte y resurrección ha construido una relación nueva, cercana, muy íntima, totalmente "hogareña con Dios, al enseñarnos la verdadera y auténtica forma de vivir como hermanos en la casa del Padre.  Es una relación tan fuerte que aún con el drama de la vida y nuestras debilidades se sostiene y no permite que la muerte la termine, al contrario nos perpetuamos eternamente en su presencia misericordiosa.

 

Los discípulos de Jesucristo experimentaron la alegría  de lo que su maestro les había logrado dar con su vida, muerte y resurrección: el cielo, la amistad profunda con Dios que va más allá de este mundo, dando verdadero significado a esta vida, perpetuando la existencia en el gozo eterno de la casa del Padre del cielo: "ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría" (Lc 24,52). Esta alegría la han experimentado todos los bautizados de todos los tiempos y ahora le pedimos al Señor que al celebrar este misterio de la fe, vivamos intensamente el don precioso que se nos concede cuando celebramos la Eucaristía, cuando oramos y cuando somos capaces de descubrir a Dios en el hermano.

 

Si no tenemos a Dios en nuestro corazón la vida se hace infeliz, oscura y sin futuro, por eso le pedimos al Señor que podamos creer más en él, para que nuestra alegría sea plena. Ningún bien, ninguna persona en este mundo podrá saciar nuestra sed de eternidad, solamente Dios que nos ha prometido su Espíritu nos dará la fuerza que viene de lo alto para ser libres y no dejar apagar la esperanza de gozar del cielo nuevo y la tierra nueva que con su muerte y resurrección Jesucristo nos ha concedido.