Domingo 29º de Tiempo Ordinario

Celebramos hoy el vigésimo noveno domingo del tiempo ordinario. Durante todo este tiempo el Señor nos ha venido preparando con su palabra y con su alimento en la eucaristía. Esta asidua enseñanza y alimento del Señor nos ha servido entre otras cosas para afianzar nuestra fe y, seguramente, para poner en práctica el mensaje de caridad y misericordia que repetimos cada domingo. A pesar de nuestras súplicas y las de millones de católicos que como nosotros celebran la eucaristía dominical, seguimos constatando que en muchas ocasiones el mensaje del Señor no es efectivo en un mundo hostil e indiferente a la propuesta del Reino de Dios.  

Una situación parecida experimentó Jesús en su tiempo. El cuestionamiento que  deja Jesús en el evangelio de este domingo resonó poderosamente en las primeras comunidades cristianas y también nos interroga a nosotros, los cristianos católicos del siglo XXI que celebramos: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18,8). Esta hostilidad, indiferencia y hasta rechazo  a la propuesta del Reino de Dios,  también la vivieron los primeros cristianos en la sociedad de su tiempo; en ella,  se daba  privilegio  a los medios que utilizaban algunos para lograr obtener poder, dinero y placer. Por supuesto la obtención de dichos fines se realizaba a través de la mentira, la manipulación y el odio daban resultados inmediatos en la injusticia, la exclusión y la falta de caridad entre ellos.

Con lo dicho hasta aquí, podríamos dar una mirada a  nuestra sociedad y a la forma como algunos pocos obtienen lo que quieren. Ante ésta situación, cualquiera de nosotros podría cuestionarse acerca de  si vale la pena seguir confiando en Dios y creer en su acción salvífica en medio de un mundo en el cual el poder del mal es cada vez más evidente.  En este contexto, el cuestionamiento de Jesús es hoy tan vigente como en su época; solo que  las preguntas podrían ser:  ¿para qué pedirle a Dios tanto si no nos escucha? ¿por qué al malvado si le va bien, mientras que a mí  que le pido lo justo,  me va mal? ¿En este mundo tan perverso, para qué creer en Dios?

La respuesta  a éstos y otros cuestionamientos y dudas de fe la ofrece la palabra de Dios que hemos proclamado: es necesario orar siempre sin desanimarse, porque Dios es justo y hará justicia a sus elegidos "que claman a él día y noche". Así como  el pueblo de Israel en la batalla contra Amalec descubrió que  sólo es posible ganar la batalla  con insistencia y perseverancia; podríamos hacer lo mismo que Moisés: levantar nuestras manos hacia Dios, el juez justo, pidiéndole que nos escuche, nos fortalezca y nos proteja del enemigo. Así lograremos vencer en batalla. Ahora, cuando nos cansemos, como le sucedió a Moisés al tener sus brazos extendidos hacia el cielo, también necesitamos de la comunidad de los hermanos que nos ayudarán y nos acompañarán en la persistente súplica que, llenos de esperanza,  debemos elevar confiadamente a Dios nuestro Padre. "Como se le cansaban los brazos a Moisés, tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó, y Aarón  y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado" (Ex 17,12)

Que la Eucaristía que estamos celebrando nos ayude a permanecer fiel a lo que Jesús nos ha transmitido y que  ha llegado a nosotros a través de los apóstoles y sus sucesores. Que el Espíritu Santo nos ayuden con sus dones a permanecer fieles a Dios a pesar de las dificultades propias de la vida. Que no pongamos nuestra mirada en quienes sin importar las consecuencias consiguen “todo lo que quieren” olvidando que solo Dios basta. Que la perseverancia y la fe nos ayuden a sostenernos unos a otros en las dificultades. Que la oración diaria y la práctica de la caridad con nuestra familia  y con los más necesitados de la comunidad sean el signo que muestre a otros que los proyectos humanos que no están cimentados en Dios se derrumban.   Que en esta semana la fe y la confianza en el Señor nos permita hacer vida esta hermosa expresión que escuchamos del salmista: "El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre" (sal 120)