DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

5 de julio de 2020

Zacarías 9,9-10. Salmo 114. Romanos 8,9.11-13. Mateo 11,25-30

La escena del evangelio de hoy nos presenta una contraposición entre la manera de presentar Jesús su propuesta de amor y su mensaje Salvador y la de los escribas y fariseos. El pueblo en donde Jesús realiza su misión es un pueblo de gente humilde, las comarcas de alrededor experimentan la pobreza la falta de posibilidades económicas y sociales y la esclavitud impuesta por el imperio romano por los Reyes y por las clases dirigentes del tiempo de Jesús, de tal manera que la propuesta religiosa acerca de Dios está dirigida, únicamente a élites que saben leer y que pueden comprender de manera más sofisticada la ley, los profetas y las enseñanzas de Dios. Jesús el hijo de Dios no, viene hacer proselitismo ni tampoco viene a buscar adeptos para una campaña política Jesús viene en nombre del padre celestial del Dios de Israel. Él quiere recordar que Dios desea lo mejor para su pueblo, quiere ayudarlos, curarlos, sanarlos. Jesucristo quiere entonces revelar la paternidad amorosa de Dios, un Dios que tiene compasión de la condición humana, no la juzga, no la tacha, no la castiga. Al contrario, intenta caminar al lado de nuestra frágil humanidad para sanar, es como el buen samaritano.

Lo que genera la violencia, la muerte la pobreza, la inequidad, no tiene cabida en el corazón de Dios, no hay ninguna justificación ni política ni social ni menos religiosa para poner cargas y yugos al pobre, al que sufre de tal manera que vivan más oprimidos.

Por eso están importante esta proclamación que Jesús hace a sus discípulos:” vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”. Una espiritualidad sana, no está buscando que los problemas se arreglen mágicamente, Jesucristo lo que hace es fortalecernos o mejor hacernos fuertes frente a nuestros problemas, de tal manera que no nos agobien, que no nos quiten la paz y así nosotros mismos los asumamos y busquemos la solución.

Por eso el camino que propone Jesucristo es el camino que Él mismo vivió en un amor humilde y sencillo obediente al Padre del cielo, prueba de ellos es su entrega en la cruz para darnos vida eterna. Es el camino de la mansedumbre y la humildad de corazón en especial cuando nos vemos cansados y agobiados, actitudes de soberbia de violencia te odio no ayudan a solucionar las cosas. Tal vez es mejor fijar nuestros ojos en Jesucristo manso y humilde de corazón para encontrar en Él descanso nuestra alma.