Domingo 15º del Tiempo Ordinario
Con relación al momento actual, algunos afirman que estamos en un cambio de época, otros dirán que vivimos una época llena de cambios; sea cual fuere la comprensión de la situación; es claro que experimentamos un tiempo de transición hacia algo nuevo que para algunas personas puede ser asumido como un drama al constatar que su estilo de vida fundamentado en valores y prácticas establecidas; ha sido modificado y pareciera que todo se derrumba a su alrededor cambiando, hábitos, costumbres, tradiciones, etc. Ante esta situación, las respuestas son variadas y diversas pasando desde el desinterés y la apatía hasta llegar a reaccionar de forma agresiva satanizando y desconfiando de todo lo nuevo.
Esta absoluta aversión al mundo que se transforma, también contrasta con una sumisa aceptación de todo lo que la sociedad y la cultura ofrecen, olvidando la importancia que tiene la reflexión y la crítica que permiten denunciar todo aquello que va en contra del hombre y su dignidad, de todo lo que va en contra del querer de Dios.
En este décimo quinto domingo del tiempo ordinario quiero invitarlos a que nos acerquemos a la palabra de Dios intentando descubrir las enseñanzas del Padre del cielo que siempre acompaña a su pueblo en cualquier época, dándole la capacidad para saber actuar con valor y sabiduría; porque, como afirma hoy el libro del deuteronomio: "la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas" (Dt 30,14).
Hay un criterio muy importante que ofrece el evangelio que no se puede perder de vista en ningún momento ni época de la vida: aprender de Jesús, aproximándonos con misericordia a todas las realidades de la vida, sean nuevas o antiguas. La palabra aproximarse está relacionada en su raíz gramatical con la palabra prójimo. La pregunta del maestro de la ley a Jesús recoge muy bien las inquietudes que nos hemos planteado al comienzo de esta reflexión: " ¿Y quién es mi prójimo? "(Lc 10,29), me atrevo a afirmar que la pregunta del maestro de la ley va orientada hacia: ¿a quién me debo aproximar lícitamente para vivir bien? mientras que la respuesta de Jesús, traslada el problema hacia lo fundamental: no interesa a quien se acerca sino ¿cómo se acerca?.
En el cómo nos acercamos al otro se encuentra el criterio más importante para vivir fiel a Dios en esta época de cambios en el mundo, en la Iglesia y en la familia. Se trata de acercarse como el samaritano de la parábola al hombre que cayó en manos de los bandidos para curar las heridas, devolverle su dignidad y cuidar de él : "Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas, después de habérselas curado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él" (Lc,10,33-34).
El cómo del que estamos hablando, hace referencia a la actitud, a la forma como comprendemos y asumimos las transformaciones de un mundo cambiante. Aunque los contextos varían y las sociedades se transformen; los valores, principios y la actitud crítica que permite denunciar la injusticia y anunciar el amor de Dios no cambian en lo más mínimo.
El Señor nos cuestiona muy fuerte a través de su palabra al ver que entre los cambios nos enredamos como el sacerdote y el levita de la parábola preocupados por definir quién es el bueno y quién es el malo: o qué los hacía puros o impuros. El seguir dando rodeos sin responder con un compromiso concreto desde la misericordia, el amor y la solidaridad no es una actitud cristiana. En estos tiempos de cambio y transformación, Dios y la Iglesia requieren y necesitan creyentes, hombres y mujeres que no duden en acercarse a los demás para acompañarlos en el cumplimiento de la misión que el mismo Padre les ha encomendado.
Pidámosle al Señor que nos de la capacidad de comprender las distintas situaciones cambiantes del mundo actual; que podamos comprenderlas sin dejar de lado los valores y principios que han guiado nuestra vida. Que nuestra respuesta a estos cambios de la vida, la cultura y la sociedad sea clara, alegre, esperanzadora. Que en el prójimo, en el más necesitado, reconozcamos la presencia de Dios y como buenos samaritanos seamos capaces de acompañarlo y cuidarlo curándose las heridas.