Domingo 18º del Tiempo Ordinario
La experiencia de los años como cristiano y como sacerdote me ha permitido constatar la existencia de múltiples y variadas preocupaciones que se instalan en la mente y en el corazón de los seres humanos.
Existe preocupación por asegurar el futuro: pareciera que lo único que importa es garantizar que a determinada edad se tenga suficientes entradas económicas que garanticen una vida feliz y sin problemas. Otra preocupación está relacionada con el deseo de acumular y acumular "juventud"; para ello, se acude a toda clase de tratamientos de belleza, cirugías estéticas, y hasta la realización de dietas que lastiman y lesionan la integridad física y psicológica de las personas. También constatamos el interés desmesurado de algunos otros que buscan a toda costa acumular poder buscando ser reconocidos como los primeros, queriendo tener el control de todo acumulando prestigio a través de títulos, honores y posiciones que manifiesten su superioridad frente a los demás. Cómo entender a quienes solo buscan acumular dinero y bienes de forma egoísta e injustificada sin importar las necesidades y carencias de los demás.. A todos estos podríamos decirle lo mismo que Lucas proclama hoy en el evangelio de hoy: "Ahora ya tienen bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y pásalo bien" (Lc 12,19).
La palabra de Dios de este domingo nos cuestiona profundamente sobre las verdaderas razones por las cuales nos preocupamos por tener y acumular: "¡vanidad de vanidades, todo es vanidad¡" (Ecl 1,2). Ante esta situación, las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas nos dan a conocer la preocupación y exigencia del maestro cuando advierte: "tened mucho cuidado con toda clase de avaricia; que aunque se nade en la abundancia, la vida no depende de las riquezas" (Lc 12,15). Jesucristo no permite que lo envuelvan en la disputa de dos hermanos por una herencia. Él sabe lo que hace la avaricia en el corazón del hombre y quiere prevenir a cualquiera del engaño que puede generar pensar que en la obtención de bienes materiales se encuentra la felicidad.
Es tan triste y preocupante constatar que muchos creyentes, creen que la tranquilidad de la vida y las metas más importantes se relacionan con la obtención de recursos y bienes materiales. Muchos, aun teniendo una bonita familia, cualidades maravillosas y una vida tranquila; consideran que son realmente desafortunados porque "no nadan en dinero", porque no poseen la fortuna de los millonarios y famosos. Es dramático constatar que en ocasiones, por la apariencia, frivolidad y la obsesión por adquirir cosas; se sacrifica la paz, la armonía y hasta la dignidad del ser humano.
Cuando se piensa que la meta principal que garantiza la seguridad tiene que ver con la acumulación de bienes, cuando se cree que la única certeza de la vida está en “garantizar” la comodidad y tranquilidad a través de la tenencia de bienes; inmediatamente se cae en la tragedia de vivir sin Dios dejando de lado la oración, la práctica de los sacramentos, las obras de caridad y misericordia. Tendríamos que recordar ahora que la única certeza que tenemos es la presencia y la compañía de Dios en nuestra vida; es en él en quien podemos centrar nuestra fe y nuestra esperanza recordando que los bienes los hemos recibido de su providencia, de su generosidad. Quizá nuestra tarea sea procurar que no se nos digan las palabras que Lucas pronunció hoy: " !insensato¡ Esta misma noche vas a morir: ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?.(Lc 12,20)
La carta a los Colosenses recoge perfectamente la preocupación que ha de caracterizar a un bautizado: " pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Col 3,2). Por andar enredados en las cosas de la tierra, descuidamos y abandonamos a las personas que amamos, destruimos vidas y familias, perdemos gran parte de nuestra vida en realidades que no valen la pena. Que resuene la conclusión que Jesucristo hace del hombre que acumulando para sí, terminó muerto: "Así le sucede a quien atesora para sí, en lugar de hacerse rico ante Dios" (Lc 12,21)