Domingo 22º del Tiempo Ordinario
“Todo lo que somos y tenemos proviene de Dios y lo hemos recibido de El gracias a su infinita misericordia”. En esta frase podemos sintetizar el mensaje que la palabra de Dios nos presenta en el vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario. ¿Cómo entender y vivir este mensaje en la actualidad?
Un rápido vistazo a la historia de nuestra sociedad y nuestra cultura nos permite reconocer que venimos de una larga tradición en donde los títulos, los honores, el apellido y los abolengos, eran considerados como elementos esenciales para el reconocimiento y posicionamiento social. No era extraño que luego del saludo, se preguntaba por el apellido de la persona con el fin de identificar su origen, historia y hasta el lugar que debía serle reconocido en el contexto social. Aunque de manera distinta, frases como “¿usted no sabe quién soy yo?” evidencian el deseo de “reconocimiento” es exigido por algunas personas que valiéndose de la riqueza, los títulos, cargos y posición social, quieren evidenciar cierta “superioridad” ante los demás.
¿Qué nos dice la palabra de Dios ante esta situación? . La afirmación del libro del Eclesiástico es clara y contundente: "El hombre inteligente medita los proverbios, y el sabio anhela tener oídos atentos" (Ecl 3,29). Siguiere esta palabra el reconocimiento de dos actitudes esenciales e importantes para el cristiano: el anhelo por tener los oídos atentos a la voz del Señor y la consecuente sabiduría que proviene de escuchar y meditar dicha Palabra. La inteligencia y sabiduría del hombre son regalos de Dios que el hombre pone al servicio de los más necesitados.
Ahondando en esta reflexión, tenemos que reconocer una verdad inobjetable: “ todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de Dios”. Él ha sido generoso y aunque no lo merecemos, nos ha bendecido con la vida, con cualidades y habilidades para crear, construir y transformar lo que está a nuestro alrededor buscando construir un mundo más justo donde el amor, la caridad, el perdón y la reconciliación son signos de nuestra respuesta a los dones y regalos que hemos recibido de su generosidad.
Podríamos preguntarnos ¿y por qué Dios nos ha dado tanto? ¿Será que lo hizo para que fuéramos engreídos y orgullosos? Es evidente que no. A diferencia de la inteligencia y la sabiduría; el orgullo y la soberbia son actitudes dañinas que no corresponden a un cristiano conocedor y comprometido con la construcción del Reino de Dios. Como lo escuchamos del libro del Eclesiástico: "No hay medicina para el soberbio, pues la maldad echó raíz en él" (Ecl 3,28). Lo que hemos recibido del Señor es para bien de su pueblo, para que construyamos el Reino de amor, justicia y solidaridad que tanto anhelamos.
En este mismo sentido, las palabras del Evangelio de Lucas nos permiten conocer el pensamiento, el mensaje de Jesús. Jesucristo sabe que la búsqueda desenfrenada del protagonismo y de los primeros puestos, solo pone en evidencia nuestras inseguridades y necesidades propias de un narcisismo insatisfecho. Alguien presumido, o como decimos popularmente "creído", en algún momento de su vida sufrirá la vergüenza que describe Jesús en el evangelio al mostrarnos como aquel invitado busca los puestos de preferencia, olvidando que para Jesús, cada ser humano es valioso por su ser , por su actitud, por la capacidad de amor y servicio a los demás; de allí la afirmación de Jesús: "concédele a éste tu sitio" (Lc 14,9).
La invitación del Señor al decirnos que búsquemos los últimos puestos, de ninguna manera ha de entenderse como llamado a la mediocridad, a la falta de iniciativa o a sentirnos inferiores a los demás; por el contrario, buscar los últimos puestos significa obrar con humildad y prudencia haciendo real en la vida la construcción del Reino de Dios y no por el reconocimiento de los hombres. Para el Señor, quien busca los últimos puestos tiene la certeza de sentirse amado y salvado por la infinita bondad y misericordia de Dios. En términos de Jesús: "El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Lc14,11).
Los invito a que hagamos un compromiso como cristianos católicos. Busquemos en esta semana hacer una obra en la cual pongamos al servicio de los demás, y de manera especial de los más necesitados, algún don o bien material que hayamos recibido del Señor. No olvidemos que hemos sido bendecidos y que otros menos favorecidos, esperan que hagamos realidad el amor, la caridad y la solidaridad que proclamamos.