Domingo 25º del Tiempo Ordinario

Uno de los aspectos que no deja de sorprenderme como ciudadano y como sacerdote es el relacionado con el ejercicio del poder por parte de quien tiene en sus manos la toma de decisiones que afectan a las comunidades.  No hay que hacer muchos estudios estadísticos para darnos cuenta que los hombres de todos los tiempos y todas las culturas experimentan situaciones bien complejas en su corazón  cuando ostentan el  poder económico  y político o desean tenerlo. Evidentemente, la pregunta por los pensamientos y sentimientos que pueden experimentar estas personas cuando tienen   que tomar decisiones que afectan a otros, sobre todo cuando estos son más pequeños y vulnerables, es un asunto que nos atañe a nosotros, los cristianos que por lo general hacemos parte de esa mayoría que se ve afectada en sus derechos y en la dignidad de su propio existir por las decisiones de unos pocos. 

Por lo que hemos escuchado en las lecturas que nos presenta la palabra de Dios en este domingo, parece ser que el pueblo de la biblia no fue ajeno a experimentar la capacidad destructiva de aquel o aquellos  que deseaban  aplastar al pobre y eliminar a la gente humilde usando su poderío de manera perversa valiéndose del  aumento de sus riquezas y su poder; olvidando por completo la presencia y la voz de Dios. Ante esta actitud del poderoso,  ya desde el antiguo testamento,  el profeta Amós recuerda lo que  de Dios ha dicho al respecto: " El Señor lo ha jurado, por el honor de Jacob: nunca olvidaré lo que han hecho" (Am 8,7)

En el nuevo testamento, el mensaje expresado por Dios a  través del profeta es nuevamente proclamado esta vez en las palabras de San Pablo. No en vano,  Pablo recomienda a Timoteo la necesidad de orar incesantemente "levantando las manos limpias de ira y altercados" (1 Tm 2,8) por todos los que tienen cualquier tipo de Autoridad para que sus decisiones no beneficien los intereses de unos pocos sino que aprendiendo de Jesucristo: "que se entregó a sí mismo para redimir a todos" (1 Tm 2,6), todos  "podamos gozar de una vida tranquila y sosegada plenamente religiosa y digna" (1 Tm 2,2)

Es significativa la importancia que tiene este mensaje en la Palabra que hemos escuchado. En el Evangelio de Lucas se evidencian claramente dos posturas sobre lo que Dios piensa acerca del papel del poderoso y la utilidad del poder en una sociedad. En primera instancia es necesario tener en cuenta que desde la perspectiva de la fe y del servicio al Reino  de Dios,  cualquiera que tenga autoridad,  ha de recordar que no es "Señor" sino "administrador"; es decir,  no debe olvidar que tendrá que  rendir cuentas ante el verdadero dueño de la gestión que realiza; de tal manera que si malversa la autoridad  que se le ha dado, le puede pasar lo mismo que lo narrado en la parábola: " El Señor lo llamó y le dijo: ¿qué es lo que oigo decir  de ti? Dame cuenta de tu  administración, porque no vas a poder seguir desempeñando ese cargo" (Lc 16,2). En segundo lugar, Jesús quiere ir más allá del simple rendimiento de cuentas del administrador, al conocer lo injustos e intransigentes que podemos ser al ostentar y administrar el poder; el Señor advierte que con estas actitudes se puede causar un gran daño a la persona, y a sus comunidades; de allí que, nos invita a ser hábiles, misericordiosos y caritativos buscando antes que todo reparar el daño hecho devolviendo la dignidad y el derecho que ha sido vulnerado a causa de nuestra injusta gestión en el ejercicio del poder que se nos había otorgado. No cabe ninguna duda de que es estas circunstancias, el amor, la caridad, el perdón y la justicia deben ser las actitudes que distingan a los administradores y poseedores del poder que, como hemos afirmado, debe ser utilizado para proteger y cuidar a todos y de manera preferencial a los más pobres y necesitados.  Esta es la verdadera riqueza que poseen los hombres y mujeres a quienes Dios les ha dado el poder de administrar.


Que en este domingo,  cuando la Iglesia quiere que volvamos la mirada hacia los migrantes, hacia esta inmensa multitud de hombres y mujeres que han tenido que abandonar sus lugares de origen víctimas de las decisiones de quienes los gobiernan; el Señor inspire en nuestros corazones sentimientos de solidaridad, compasión y misericordia. Que nosotros hagamos vida las palabras del salmista: “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo”. (Sal 112). Que en  los cargos y responsabilidades que hemos recibido  no nos desgastemos  perdiendo el horizonte siendo controladores dictatoriales;  convirtiendo el servicio en oportunidad para ganar beneficios personales perdiendo la hermosa posibilidad de edificar con otros transformando la injusticia y la falta de solidaridad  con los dones que Dios nos ha dado y nos llama a poner al servicio de los demás y de manera preferencial de los más pobres y necesitados.